miércoles, 31 de agosto de 2011

Destrucción del enlace salarios y demanda agregada

La gran ironía del neoliberalismo es que su versión del capitalismo condujo a desarticular el vínculo entre salarios, ingresos y demanda agregada. De esta forma, terminó por socavar las bases de la economía capitalista a nivel mundial. La globalización neoliberal no es más que una cara de este proceso que hoy se expresa en una crisis de proporciones históricas y anuncia una prolongada temporada de estancamiento. La secuela de desempleo, desigualdad y pobreza sólo traerá malas noticias en la vida política de las naciones.

Para entender cómo se rompió ese vínculo y sus consecuencias, es necesario trazar un esbozo de las causas de la globalización. La narrativa dominante durante muchos años presentó a la globalización como muestra del éxito imparable del capitalismo moderno. El colapso de la Unión Soviética sirvió para presentar a la globalización como el triunfo del libre mercado. Pero la realidad siempre es terca y no puede moldearse como si fuera plastilina.

La globalización está vinculada a la caída en la tasa de ganancia experimentada en las principales economías capitalistas en los años setenta. Eso empujó a la inversión capitalista a buscar dos salidas: una a través de salarios bajos y otra en la especulación financiera. La ofensiva en contra de los derechos laborales cuyo reconocimiento había sido alcanzado después de décadas de luchas dolorosas fue la manifestación de la primera vía. La expansión del sector financiero (y especulativo) a escala mundial es la expresión de la segunda.

La crisis que explota en el otoño del 2007 se nos presenta antes que nada como una debacle financiera. Pero sus raíces están en el comportamiento de la tasa de ganancia y en la reducción de los costos laborales. La globalización es una forma de organizar la competencia entre trabajadores del mundo entero para presionar los salarios a la baja. Esto es ejemplo de lo que Gunnar Myrdal denominaba proceso de causación circular acumulativa.

El estancamiento en el crecimiento de los salarios reales en economías avanzadas condujo a una contracción de la demanda agregada. Eso sólo podía contrarrestarse con el sobrendeudamiento de las capas medias y trabajadoras de la población. El crédito fluyó para hipotecas, autos, educación, electrodomésticos y, a través de la tarjeta de crédito, hasta para bienes de consumo no duradero. La bursatilización de todo tipo de instrumentos fue un mecanismo nefasto para mantener en movimiento este proceso. Los préstamos basados en la apreciación de activos residenciales (los home equity loans) completaron el cuadro con la ilusión de una riqueza artificial para las capas medias.

La política monetaria estuvo al servicio de este proceso con prioridades sometidas a las necesidades del sector financiero. Las burbujas (en especial en el sector de bienes raíces y en el mercado bursátil) fueron la manera de mantener el proceso de crecimiento en las economías avanzadas. Algo parecido, pero con distorsiones más serias, sucedió en las economías subdesarrolladas y en los muy mal llamados mercados emergentes.

La crisis estalló en el eslabón más visible de la cadena. El sector financiero se había desarrollado a través de mecanismos e instrumentos que no podían sostenerse más allá de unos cuantos años. Al explotar el sector financiero, se destruyó el mecanismo que había estado sosteniendo la demanda agregada.

En la evolución del capitalismo mundial, el último tercio del siglo XX fue testigo del rompimiento del enlace fundamental entre salarios y demanda agregada. La idea de mantener el crecimiento a través de las exportaciones se ha revelado como una salida falsa o, si se prefiere, como una especie de boomerang. Los países importadores que enfrentaron un déficit crónico, sufrieron la destrucción de su base productiva y de generación de empleo. Los flujos de capital permiten durante un cierto tiempo financiar artificialmente el déficit (como en México), pero a la larga, la crisis en esos países subordinados no puede evitarse.

A nivel macroeconómico, el vínculo entre productividad y salarios, y entre éstos y demanda agregada ha sido desmantelado por décadas de una ofensiva en contra de todo lo que se relaciona con el mundo laboral. El resultado es que el crecimiento ha tenido que sostenerse con una sucesión continua de burbujas que al reventar conducen a un periodo más o menos largo de des-endeudamiento.

Cuando se produce un colapso de la demanda agregada, la inversión se detiene y, con ella, se frena la generación de empleo. Eso conduce a una más intensa caída de la demanda agregada y así, en un círculo vicioso, se llega a la depresión. La demanda puede apoyarse en el gasto público, pero hoy la reacción neoliberal impide utilizar este instrumento. Y en el des-endeudamiento, la política monetaria tiene muy poco que contribuir. El mismo establishment que nos regaló la globalización neoliberal se esfuerza hoy en obsequiarnos una década de crisis mundial.

Alejandro Nadal

La Jornada

http://www.jornada.unam.mx/2011/08/31/opinion/028a1eco

viernes, 26 de agosto de 2011

La revolución en curso de Islandia

Un programa radial italiano hablando sobre la revolución en curso de Islandia es un ejemplo impresionante de lo poco que nuestros medios de comunicación nos dice sobre el resto del mundo. Los estadounidenses pueden recordar que al inicio de la crisis financiera de 2008, Islandia, literalmente, se declaró en quiebra. Las razones se mencionan sólo de pasada, y desde entonces este miembro poco conocido de la Unión Europea volvió a caer en el olvido. Como los países europeos caen uno tras otro, poniendo en peligro el euro, con repercusiones para todo el mundo, la última cosa que los poderes desean es que el caso de Islandia se convierta en un ejemplo. He aquí por qué:

Cinco años de un régimen puramente neoliberal había hecho de Islandia, (población de 320.000 personas, sin ejército), uno de los países más ricos del mundo. En el año 2003 todos los bancos del país se privatizaron y en un esfuerzo por atraer inversionistas extranjeros ofrecieron préstamos en línea, cuyos costos mínimos les permitió ofrecer tasas relativamente altas de rendimiento. Las cuentas, llamadas “Icesave”, atrajeron a muchos pequeños inversores ingleses y holandeses. Pero a medida que las inversiones crecieron también lo hizo la deuda de los bancos extranjeros. En 2003 la deuda de Islandia era igual a 200 veces su PIB, pero en 2007 fue del 900 por ciento. La crisis mundial financiera de 2008 fue el golpe de gracia. Los tres principales bancos islandeses, Landbanki, Kapthing y Glitnir, quebraron y fueron nacionalizados, mientras que la corona perdió el 85% de su valor con respecto al Euro. Al final del año Islandia se declaró en bancarrota.

Contrariamente a lo que se podría esperar, la crisis dió lugar a la recuperación de los derechos soberanos de los islandeses, a través de un proceso de democracia directa participativa que finalmente condujo a una nueva Constitución. Pero sólo después de mucho dolor.

Geir Haarde, el Primer Ministro de un gobierno de coalición socialdemócrata, negoció 2.100.000 dólares de préstamo, a lo que los países nórdicos agregaron otros 2.500.000. Sin embargo, la comunidad financiera extranjera presionaba a Islandia para imponer medidas drásticas. El FMI y la Unión Europea querían hacerse cargo de su deuda, alegando que era el único camino para que el país pague la deuda a Holanda y Gran Bretaña, que habían prometido reembolsarla a sus ciudadanos.

Las protestas y los disturbios continuaron y, finalmente, obligaron al gobierno a renunciar. Las elecciones se adelantaron a abril de 2009, resultando una coalición de izquierda que condenaba el sistema económico neoliberal, pero de inmediato cedió a sus demandas de que Islandia debía pagar un total de 3.500.000 euros. Esto requiere que cada ciudadano islandés abone 100 euros al mes (o alrededor de 130 dólares) durante 15 años, el 5,5% de interés, para pagar una deuda contraída por el sector privado vis a vis. Fue la gota que colmó el vaso.

Lo que sucedió después fue extraordinario. La creencia de que los ciudadanos tenían que pagar por los errores de un monopolio financiero, que a toda una nación se le debe imponer el pagar las deudas privadas se hizo añicos, se transformó la relación entre los ciudadanos y sus instituciones políticas y, finalmente, condujo a los líderes de Islandia al lado de sus electores . El Jefe del Estado, Olafur Ragnar Grimsson, se negó a ratificar la ley que hace a los ciudadanos de Islandia responsables de sus deudas bancarias y aceptó las llamadas a un referéndum.

Por supuesto la comunidad internacional sólo aumentó la presión sobre Islandia. Gran Bretaña y Holanda, amenazaron con represalias terribles de aislar al país. Como los islandeses fueron a votar, los banqueros extranjeros amenazaron con bloquear cualquier ayuda del FMI. El gobierno británico amenazó con congelar los ahorros islandeses y cuentas corrientes. Como dijo Grimsson: “Nos dijeron que si nos negábamos a las condiciones de la comunidad internacional, nos convertirían en la Cuba del Norte. Pero si hubiéramos aceptado, nos habrían convertido en el Haití del Norte. “(¿Cuántas veces he escrito que cuando los cubanos ven el estado lamentable de su vecino, Haití, pueden considerarse afortunados?)

En el referéndum de marzo 2010, el 93% votó en contra de la devolución de la deuda. El FMI inmediatamente congeló sus préstamos. Pero la revolución (aunque no se televisó en los Estados Unidos), no se dejará intimidar. Con el apoyo de una ciudadanía furiosa, el gobierno inició investigaciones civiles y penales de los responsables de la crisis financiera. Interpol emitió una orden de detención internacional del ex presidente de Kaupthing, Sigurdur Einarsson, así como de otros banqueros implicados que huyeron del país.

Pero los islandeses no se detuverin allí: se decidió redactar una nueva constitución que libera al país del poder exagerado de las finanzas internacionales y el dinero virtual. (La que estaba en vigor se había escrito en en momento en que Islandia se independizó de Dinamarca, en 1918, la única diferencia con la Constitución danesa es que la palabra “presidente” fue sustituida por la de “rey”.)

Para escribir la nueva constitución, el pueblo de Islandia eligió a veinticinco ciudadanos de entre 522 adultos que no pertenecen a ningún partido político, pero recomendados por lo menos por treinta ciudadanos. Este documento no fue obra de un puñado de políticos, pero fue escrito en Internet. Las reuniones de los Constituyente se transmitieron on-line, y los ciudadanos podían enviar sus comentarios y sugerencias, asistiendo al documento, que tomaba forma. La Constitución, que eventualmente surje de este proceso democrático participativo, sería presentada al Parlamento para su aprobación después de las próximas elecciones.

Algunos lectores recordarán el colapso agrario de Islandia del siglo IX que apareció en el libro de Jared Diamond, con el mismo nombre. Hoy en día, este país se está recuperando de su colapso financiero en formas que son del todo contrarias de las que generalmente se consideraban insolayables, como confirmó ayer la nueva jefe del FMI, Christine Lagarde, a Fareed Zakaria. Al pueblo de Grecia le han dicho que la privatización de su sector público es la única solución. Y los de Italia, España y Portugal se enfrentan la misma amenaza.

Se debe mirar a Islandia. Negarse a someterse a los intereses extranjeros, ese pequeño país indicó claramente que el pueblo es soberano.

Es por eso que no está en la noticias.

Rebelión

Fuente:http://www.dailykos.com/story/2011/08/01/1001662/-Icelands-On-going-Revolution

Traducido por Arielev


jueves, 25 de agosto de 2011

La hora de los indignados

Cansados de esperar cambios, miles se levantan en África, Europa y Latinoamérica

Manifestaciones multitudinarias, protestas, acampadas, huelgas. Desde principios de año, finales de 2010 en algunos lugares, miles de jóvenes en las más diversas ciudades del mundo han salido a calles para expresar su indignación, su malestar por las condiciones en que viven.

Desde Túnez, en el norte de África, pasando por Chile en América Latina, hasta Reino Unido en Europa, los jóvenes, y junto con ellos muchos ya no tan jóvenes, decidieron que era hora de hacerse escuchar, de protestar, a según el caso, contra las dictaduras, la corrupción, la austeridad, la falta de vivienda, el desempleo… Demandan un mejor nivel de vida, acceso a la educación, a las nuevas tecnologías.

Los jóvenes están cansados de esperar y decidieron que era hora ya no de pedir, sino de exigir a lo que tienen derecho: gobiernos mejores, vidas mejores… un mundo mejor.

Con tuits aquí y tuits allá, mensajes de Blackberry o a través de Facebook, los indignados del mundo se organizaron para protestar. El alcance de su convocatoria ha sido masivo y efectivo. Las redes sociales son hoy el nuevo instrumento para pasar la voz.

Así, la ola de indignación recorre y sacude a su paso países de todo el orbe, lo mismo ricos que pobres, dictatoriales que democráticos, evidenciando que algo no está funcionando, que la desigualdad está presente en todos lados y que la mala situación de la economía mundial —que todavía no terminaba de recuperarse de la crisis de 2008 y parece encaminarse hacia una nueva— ha ido minando esperanzas, sueños y vidas.

El epicentro

Todo comenzó en el mundo árabe. A principios de enero, en Túnez, la muerte del joven Mohamed Bouazizi (que se quemó a lo bonzo después de que se quedó sin empleo, la policía le derribó el carrito en que vendía frutas y encima de todo nadie quiso escuchar sus quejas de abuso policial) provocó que miles de jóvenes se convocaran a través de las redes sociales y salieran a las calles cansados de la dictadura, a protestar por el desempleo.

Exigieron y consiguieron la salida del poder de Zine el-Abidine Ben Alí, tras 23 años en el poder, marcando un antes y un después: la revolución de los jazmines se convirtió en el epicentro de un terremoto que ha tenido réplicas por todas partes.

Los egipcios se contagiaron del entusiasmo de los tunecinos; se congregaron por miles durante varios días en la plaza Tahrir para pedir un cambio y protestar contra la corrupción endémica de un régimen que se extendía ya por casi tres décadas. Enfrentaron valientemente la dura represión policial ordenada desde el gobierno y al final lograron lo impensable. Por vez primera, la comunidad internacional, que hasta entonces había tolerado sin mayor problema no sólo a Hosni Mubarak, sino a otros dictadores, se unió al coro que clamaba la salida del poder del mandatario, que se vio obligado a renunciar el 11 de febrero.

Yemen, Libia, Bahréin, Jordania, Marruecos, Argelia y Siria también vieron salir a sus ciudadanos a las calles.

El común denominador: en todos los países la gente pedía mejoras en sus condiciones de vida.

Entre los yemeníes la otra gran demanda era la caída de Alí Abdulá Salé. El 27 de enero, este país, el más pobre del mundo árabe y refugio de los terroristas de Al-Qaeda, se cimbró cuando unas 16 mil personas salieron a exigir un cambio. La reacción del gobierno fue férrea, pero también lo fue la voluntad del pueblo. En junio pasado, Saleh salió de país herido de bala para atenderse en Arabia Saudita. Los yemeníes lo interpretaron como una victoria y pidieron la formación de un gobierno de transición. Saleh amenazó con volver, pero el pasado viernes 12 de agosto anunció que acepta el plan de las monarquías del golfo para un proceso de transición pacífica. Los yemeníes volvieron a la calle, esta vez para celebrar. “Revolución, revolución de todos contra los tiranos”, era a consigna en llamado “viernes de la victoria”.

Las monarquías bahreiní y jordana vivieron sus momentos de tensión en febrero pasado, pero las manifestaciones en favor de un cambio no alcanzaron las dimensiones de otros países vecinos. En el caso de Bahréin, hogar de la quinta flota de EU, sus vecinos Qatar y Kuwait, también monarquías, acudieron de inmediato en su auxilio y desplegaron contingentes por si acaso se necesitaban. Los chiitas bahreiníes piden una apertura al gobierno sunita, que ha respondido con mano dura.

Los libios por su parte pasaron de las manifestaciones masivas a la guerra civil, con las tropas de gobierno enfrentándose casi a diario a los grupos rebeldes armados, unidos en el Consejo Nacional de Transición, disputándose el control de las principales ciudades. Hasta ahora los insurgentes no han logrado la caída de Muammar Gaddafi, a pesar de la intervención de la comunidad internacional, bajo la égida de la OTAN, para proteger a la población civil con ataques aéreos.

También en Siria se viven días de gran tensión, conforme el régimen de Bashar al-Assad, decidido a acabar con las protestas a sangre y fuego, aumenta la represión contra quienes demandan un cambio de gobierno, mejoras económicas y mayores libertades.

Más réplicas

Los países del norte de África y Medio Oriente no han sido los únicos donde el descontento social ha explotado. A la par que las naciones de aquella región se ocupaban de sacar a sus dictadores, en Europa surgía otro movimiento, el de los “indignados”.

El 15 de mayo, miles de personas se declararon indignadas por la situación de la política y la economía españolas. Pidieron una mayor apertura democrática, con lemas tan significativos como “No somos marionetas en manos de políticos y banqueros”. Cansados del desempleo, que ronda el 43%, los jóvenes del desde entonces llamado 15-M organizaron las hoy famosas “acampadas” en Madrid y Barcelona, principalmente. Se quedaron en las calles para dejar claro que no pensaban ceder en sus demandas y su llamado hizo eco en Alemania, donde el 21 de mayo, bajo el lema, “Apoyo a Democracia Real Ya en Berlín”, unos 400 manifestantes se reunieron frente a la Puerta de Brandeburgo.

En sus protestas, los españoles llamaron a través de sus pancartas a los griegos (afectados por severas medidas de austeridad impuestas por las instituciones de Bretton Woods) a despertar y protestar. Los griegos no se hicieron esperar y el 26 de mayo tomaron las calles de Atenas con pancartas que decían: “Estamos despiertos”. Desde entonces, el país ha vivido jornadas constantes de manifestaciones y huelgas de transportistas y trabajadores contra la crisis.

Israel es un caso particular, porque no sufrió los estragos de la primavera árabe, pero sí se contagió del movimiento de los “indignados”. Desde finales de julio los jóvenes empezaron a organizar “acampadas”, emulando el estilo de los españoles, en demanda de viviendas a precios más accesibles. El sábado 8 de agosto se reunieron en Tel Aviv más de 300 mil personas y el sábado pasado 70 mil en ciudades del interior. El gobierno de Benjamin Netanyahu ha creado una comisión especial para atender las demandas de los “indignados”, hartos del alto costo de vida.

Un caso peculiar

La más reciente parada de la ola de cambios ha sido Reino Unido. A diferencia de los otros casos aquí los jóvenes no convocaron una manifestación, sino que a principios de agosto se lanzaron a las calles de varios barrios londinenses para quemar autos, incendiar locales y saquear comercios. El detonante: el asesinato de un joven negro a manos de la policía, que derivó en una manifestación pacífica frente a la comisaría de Tottenham, lo que a su vez derivó en actos vandálicos por parte de muchos jóvenes que vieron en ese hecho la oportunidad de sacar sus frustraciones por la pobreza y marginación en que se sienten sumidos sus barrios.

Nuestra región no podía quedar ajena a las demandas de cambio en el mundo. En mayo, los jóvenes nicaragüenses se dieron cita en la capital para protestar contra la intención del presidente Daniel Ortega de presentarse a la reelección. El caso representativo del malestar social en la zona es Chile, donde miles de jóvenes protestan desde hace tres meses de manera masiva, en contra de una reforma educativa emprendida por el gobierno que consideran que les dificulta el acceso a la educación, lo que ha puesto en jaque al gobierno de Sabastián Piñera.

El cambio no es algo que suceda de la noche a la mañana. Todos los procesos de reforma necesitan tomarse su tiempo. La ola de protestas y la indignación que le dio origen han sido sólo el principio. Algunos países lograron la caída de sus corruptos regímenes, pero han tenido que pagar un alto precio: en Túnez, la economía se desplomó y el desempleo va en aumento (a principios de año ya era de 45% entre los profesionistas jóvenes). En Egipto, la caída de Mubarak no ha sido ninguna panacea. La gente sigue esperando una reforma y que la vida realmente mejore. Según la BBC, los precios de los alimentos básicos se duplicaron desde el triunfo de la revolución y el desempleo juvenil superaba a finales de mayo el 30%. Y qué decir de Libia y Siria, sumidas en la violencia, o de Grecia y España, enfrentando una dura situación económica.

El mundo reclama a gritos un cambio, un papel más honesto de sus líderes, una repartición más equitativa de la riqueza e instituciones más eficientes. Giorgos Papandreous, el presidente griego, decía hace un par de semanas que era hora de que Europa despertara para resolver la crisis.

Pues bien, el mundo ha despertado… y está indignado.

Verónica Rosas GónzalezEl Universal

http://www.eluniversal.com.mx/internacional/74012.html

Foto: 19-J Murcia



Lo cierto es la incertidumbre

La inestabilidad financiera se desborda por todas partes cada semana que pasa. La desconfianza es el signo que prevalece en los mercados. Los gobiernos intentan devolver cierta calma, pero hasta ahora todo es infructuoso.

La perspectiva de que se reduzca significativamente la liquidez, es decir, la afluencia de dinero para realizar transacciones de todo tipo provoca una creciente incertidumbre.

Con esto se apunta al recrudecimiento de las condiciones de una nueva recesión o, cuando menos, a un periodo más bien largo de bajo crecimiento de la producción, con un alto nivel de desempleo, menos gasto en consumo de las familias y un menor incentivo de las empresas para invertir.

Las deudas, en este caso, de los gobiernos y principalmente los de Europa y el de Estados Unidos, se sitúan en el centro de la disputa. Los títulos de la deuda pública tienden a valer menos y las acciones individuales de los inversionistas, que suelen convertirse en un efecto de manada, precipitan la caída del valor y, en efecto, lo validan.

La excepción es la deuda estadunidense. Los valores emitidos por el Tesoro siguen siendo una reserva de valor; su demanda aumenta y se pueden colocar más a una menor tasa de interés. Algo similar ocurre con los títulos del gobierno alemán. Que esto ocurra, en medio de lo que se ha denominado una crisis del endeudamiento público, es indicativo del desarreglo que existe en las transacciones financieras. La situación está, pues, marcada por un relevante componente político.

Si este juego ocurriera en Las Vegas, tal vez tendría mayor orden. En un casino, quienes apuestan lo hacen en un entorno de riesgo que de modo más o menos calculado guía sus decisiones. Ese riesgo puede estimarse de modo probabilístico o simplemente sintiendo que la suerte se ha aparecido y hay que aprovecharla.

Al final se sabe que la casa es la que gana, así está hecho el negocio, y quienes ganan unas partidas sacan cuentas alegres y se van contentos…hasta la próxima vez. Por cierto que puede haber formas de vencer al casino: se puede hacer trampa y hasta salir airoso, aunque es poco probable y eso sí, muy riesgoso. O bien se puede organizar una banda como la de Ocean’s Eleven.

Pero en el terreno financiero lo que existe es la condición esencial de la incertidumbre, que se puede tratar como un riesgo que no puede estimarse. Esta es la premisa que guía el comportamiento de los inversionistas en general. Así se crean los episodios de expansión y contracción de las economías que marcan la historia económica. Se afirma más mientras es mayor el sector financiero y las transacciones que se realizan se hacen más enredadas (como es el caso de los derivados).

Lo que ocurre en episodios de crisis como el actual es que tal incertidumbre se hace más compleja y se combina con la desconfianza, misma que tiende a volverse radical.

Como las transacciones que involucran deudas se desenvuelven en el tiempo, los acreedores desconfían de que al vencimiento del contrato el deudor pueda pagar. Así que se pospone o, de plano, se evita la operación. Trata de mantenerse líquido, o sea, con dinero en lugar de documentos que amparan deudas y esperar poder usarlo favorablemente más adelante. Esto afecta primordialmente a los préstamos interbancarios, claves para la operación del sistema de crédito.

Otra manera de intentar mantener el valor de los activos es comprando bienes, como sucede con el oro, esperando que su valor retenga parte de la riqueza así invertida. Esto han hecho muchos inversionistas, llevando el precio del oro a valores nominales récord.

Tanto quedarse con liquidez como comprar oro son actos de naturaleza especulativa, pero que están disociados de la creación de valor. Este es un rasgo esencial de la crisis y hace que su costo social y económico sea muy elevado. Además distribuye de modo desigual los costos y las ganancias que se crean.

En el flujo y el reflujo de los mercados hay empresas que pierden valor cuando cae el precio de sus acciones, a pesar de que sus condiciones productivas y financieras no estén gravadas por la persistente incertidumbre, especulación o, de plano, pánico.

Hoy no se advierte que haya posibilidad efectiva de frenar la caída del valor económico de la producción y de la fuerza de trabajo y revertir la descomposición que está ocurriendo en el mercado financiero y entre los bancos.

En el sector financiero se quiere confrontar lo que se llaman riesgos sistémicos, aquellos que avivan situaciones de descomposición general. Esto proviene de los elevados costos sociales que genera la intervención de los gobiernos para salvar a los bancos, compañías de seguros o hipotecarias, como pasó recientemente en 2008.

Las regulaciones que busca establecer el comité de Basilea en este sentido pueden, sin embargo, extenderse a instituciones financieras que no representan riesgos sistémicos y que en última instancia son fuentes eficaces de crédito para las empresas pequeñas y medianas.

Muchos cabos se han ido soltando en el entorno de la crisis, que lejos de superarse se está ahondando. Amarrar esos cabos para reordenar las condiciones de la incertidumbre hacia formas más virtuosas de creación de valor es hoy el asunto clave de la política pública. Pero hay mucho ruido y las señales están todavía y al parecer estarán aún por un buen tiempo, muy distorsionadas.

León Bendesky

La Jornada

http://www.jornada.unam.mx/2011/08/22/opinion/026a1eco


África camino al paraíso fiscal

Varios gobiernos africanos estudian crear sus propios centros financieros en el extranjero, lo cual preocupa a activistas que reclaman transparencia, regimenes impositivos justos y sistemas de manejo de capitales que sirvan a los países donde se originan los ahorros.

"Necesitamos una acción panafricana", indicó Alvin Mosioma, coordinador de la Red de Justicia Impositiva de África, una organización que aboga por un sistema justo para promover el desarrollo social y económico.

"El panel especial creado por la Unión Africana sobre flujos de capitales ilícitos, en el que participa el expresidente sudafricano Thabo Mbeki, y la reunión realizada en 2008 por el Foro de Administradores de Impuestos Africanos fue un comienzo prometedor, pero la ciudadanía ha estado demasiado callada sobre el asunto de la transparencia financiera", observó.

"Sería catastrófico que a la preocupación por el terrorismo y la inseguridad política en el continente se le sume la inestabilidad financiera y la corrupción amparada en paraísos fiscales", sentenció Mosioma.

"Hay una tendencia emergente en África a crear nuestros propios centros "offshore" (extraterritoriales). Uno de los argumentos esgrimidos es que modernizarían el sector financiero africano y pondrían una alfombra roja en mucho países", añadió.

El desastroso impacto de los paraísos fiscales para las economías en desarrollo está cada vez mejor documentado. Las jurisdicciones secretas en las islas británicas o del Caribe son un medio para desviar miles de millones de dólares al año procedentes de países de bajos ingresos.

África está lejos de ser inmune. La isla de Jersey, una de las jurisdicciones más famosas del mundo en materia de "finanzas offshore" anunció a principios de este mes que comenzará a negociar con el gobierno de Kenia su parte de 10 millones de dólares de sobornos recuperados de cuentas bancarias que, al parecer, eran de un exministro keniata y del exdirector de la compañía de electricidad de la isla.

Algunos países africanos tienen tradición de secreto bancario y legal en su territorio.

Liberia es conocida por su laxo registro de embarcaciones y por garantizar una inscripción barata y confidencial de los buques, sin tener en cuenta su navegabilidad o propiedad.

Mauricio es, desde hace tiempo, un paraíso fiscal que disimula fortunas de la curiosa mirada de las autoridades impositivas y facilita "su circulación", como hizo al proteger con discreción fondos de India que luego disfrazó de inversión extranjera directa.

Yibuti y Seychelles también fueron considerados paraísos fiscales.

Botswana creó el Centro Internacional de Servicios Financieros, en 2003, para facilitar la transparencia y repatriación de fondos y evitar retenciones y gravámenes a las ganancias de las operaciones financieras, lo que le valió el mote de la "Suiza de África" en un artículo publicado en 2010 por la revista Harvard International Review.

Ghana, que hace poco encontró petróleo, estudió la posibilidad de crear su propio centro financiero "offshore".

Kenia anunció en marzo la posibilidad de crear el Centro Internacional Financiero de Nairobi. La iniciativa, al parecer, apunta a competir con Johannesburgo, centro financiero del continente, y Mauricio, una jurisdicción secreta.

"Hasta donde sabemos no es una política oficial del gobierno", indicó Mosioma. "Pero preocupa que las Zonas Econçomicas Especiales de Kenia ofrezcan regimenes especiales de impuestos a las empresas de telecomunicaciones y a las operaciones bancarias", explicó.

Instituciones internacionales y asesores financieros hablaban de las maravillas de la desregulación de las economías occidentales como el mejor camino para lograr el crecimiento económico.

La crisis financiera global nacida en 2008 y su derivación actual con la debacle de la deuda de países europeos y de Estados Unidos no parecen haber afectado su discurso.

"El sector financiero mundial todavía aboga por la liberalización del flujo financiero desde, y hacia, los países como la ‘mejor práctica’, y cada vez más en las naciones en desarrollo", señaló Mosioma.

Pero los últimos acontecimientos parecen haber acabado con la tentación de crear paraísos fiscales regionales. El gobierno de Ghana retiró la autorización la licencia para una banca "offshore" que había otorgado al grupo Barclay.

La institución financiera atribuyó el hecho al inadecuado marco legislativo de ese país. Pero los motivos del Banco Central parecen más relacionados con la posibilidad del lavado de dinero regional.

"Es muy alentador que Ghana parezca haber sorteado ese asunto", señaló Nicholas Shaxson, autor de "Treasure Islands: Tax Havens and the Men who Stole the World" ("Islas del tesoro: paraísos fiscales y hombres que robaron al mundo"), una historia del sistema financiero global publicada en enero de este año.

"El riesgo puntual que suponen los paraísos fiscales para África es que exacerban la ‘maldición de los recursos’, como se llama a las dificultades económicas que golpean a los estados que dependen de la exportación de materia prima", explicó Shaxson.

"Un país como Nigeria percibe miles de millones de dólares por el petróleo, pero no mejora el nivel de vida de la ciudadanía porque se dispara la inflación y quedan obstaculizadas las exportaciones de los sectores que crean empleo, como la agricultura" señaló.

"Si el sector financiero de un país crea de repente un enorme flujo de dinero, sin duda, tendrá el mismo efecto sobre la población", sostuvo.

La cuestión de las bancas "offshore" no está en el radar de la mayoría de las organizaciones internacionales, pese a los riesgos.

El Foro Global sobre Transparencia e Intercambio de Información para Fines Impositivos, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, es una de las pocas entidades dedicadas a controlar el funcionamiento de las instituciones financieras "offshore".

"La sociedad civil está empezando a comprender la importancia de este asunto", observó Shaxson. "El gobierno de Brasil organizará un seminario sobre la justicia impositiva internacional, e India tiene sus propios despertadores con el malestar de la población por lo que han llamado ‘dinero negro’", añadió. (FIN/2011)

Hilaire Avril

Fuente: IPS

http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=98906



lunes, 22 de agosto de 2011

Menos tierra, más hambre

El drama del hambre toma de nuevo actualidad a raíz de la emergencia alimentaria en el Cuerno de África, pero las hambrunas son una realidad cotidiana silenciada. En todo el mundo, más de mil millones de personas, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), tienen dificultades para acceder a los alimentos. Una hambruna que tiene causas y responsabilidad políticas.

África es una tierra expoliada. Sus recursos naturales han sido arrebatados a sus comunidades a lo largo de siglos de dominio y colonización. Aunque no sólo se trata del expolio de oro, petróleo, coltán, caucho, diamantes... sino, también, de agua, tierras, semillas que dan de comer a sus habitantes. Si el 80% de la población en el Cuerno de África, como indica la FAO, depende de la agricultura como principal fuente de alimentos e ingresos, ¿qué hacer cuando no hay tierra que cultivar?

En los últimos años, la oleada creciente de privatizaciones de tierras en África (su compra por parte de gobiernos extranjeros, multinacionales agroalimentarias o fondos de inversión) ha hecho aún más vulnerable su precario sistema agrícola y alimentario. Con campesinos y campesinas expulsados de sus tierras, ¿dónde cultivar aquello que comer? Muchos países, consecuentemente, han visto reducir drásticamente su ya limitada capacidad de auto-abastecimiento, después de décadas de políticas de liberalización comercial que han menguado su capacidad productiva.

La crisis alimentaria y financiera, que estalló en 2008, dio lugar, como ha documentado ampliamente la organización internacional GRAIN, a un nuevo ciclo de apropiación de tierras a escala global. Gobiernos de países dependientes de la importación de alimentos, con el objetivo de asegurar la producción de comida para su población más allá de sus fronteras, y agroindustria e inversionistas, ávidos de nuevas y rentables inversiones, vienen adquiriendo desde entonces fértiles tierras en países del Sur. Una dinámica que amenaza la agricultura campesina y la seguridad alimentaria de estos países.

Se calcula que desde el año 2008, se han adquirido por esta vía alrededor de 56 millones de hectáreas de tierra a escala global, según datos del Banco Mundial, la mayor parte, más de 30 millones, en África, donde la tierra es barata y su propiedad comunal la hace más vulnerable. Otras fuentes, como el Global Land Project, hablan de entre 51 y 63 millones de hectáreas sólo en África, una extensión similar a la de Francia. Se trata de arrendamientos, concesiones o compra de tierras, las formas de transacción pueden ser múltiples y a menudo opacas, en una dinámica que algunos autores han calificado de “nuevo colonialismo” o “colonialismo agrario”, al tratarse de una recolonización indirecta de los recursos africanos.

El Banco Mundial ha sido uno de sus principales promotores desarrollando, junto a otras instituciones internacionales como la FAO, la Agencia para el Comercio y el Desarrollo de Naciones Unidas (UNCTAD) y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), lo que se ha venido a llamar “Principios para una Inversión Agrícola Responsable”, que legitiman la apropiación de tierras por parte de inversores extranjeros. A través de la International Finance Corporation (IFC), la institución afiliada al Banco Mundial que se ocupa del sector privado, éste ha promovido programas para eliminar barreras administrativas, cambiar leyes y regímenes fiscales en países del Sur e incentivar así las inversiones.

Etiopía, uno de los países afectados por la actual hambruna, ha ofrecido tres millones de hectáreas de tierra cultivable a inversores extranjeros de India, China, Pakistán, Arabia Saudita, entre otros. El negocio no podría ser mejor: 2.500 km2 de tierra virgen productiva a 700 euros al mes, con un contrato a cincuenta años. Éste es, por ejemplo, el acuerdo alcanzado entre el gobierno etíope y la empresa india Karuturi Global, una de las 25 mayores agroindustrias mundiales, que dedicará estas tierras al cultivo de aceite de palma, arroz, azúcar de caña, maíz y algodón para la exportación. Las consecuencias: miles de campesinos y pueblos indígenas expulsados de sus tierras, precisamente aquellos que más padecen el hambre y la falta de alimentos, así como vastas extensiones de bosques talados y quemados.

Otros países de África como Mozambique, Ghana, Sudán, Malí, Tanzania, Kenia han arrendado millones de hectáreas de su territorio. En Tanzania, el gobierno de Arabia Saudita ha adquirido 500.000 hectáreas de tierra para producir arroz y trigo para la exportación. En el Congo, un 48% de su territorio agrícola está en manos de inversionistas extranjeros. En Mozambique, más de diez millones de tierras arrendadas.

La conferencia académica Global Land Grabbing, que tuvo lugar en Gran Bretaña en abril de 2011, señaló el impacto negativo de dichas adquisiciones. Más de un centenar de estudios de casos documentados mostraban como estas inversiones no tenían ningún efecto positivo para las comunidades locales, al contrario generaban desplazamientos y mayor pobreza.

Desde hace años, el movimiento internacional de La Vía Campesina viene denunciando el impacto dramático que esta oleada masiva de acaparamiento de tierras tiene en las poblaciones de los países del Sur. Si queremos acabar con el hambre en el mundo es fundamental garantizar el acceso universal a la tierra, así como al agua y a las semillas, y prohibir especular y hacer negocio con aquello que nos alimenta y nos da de comer.

Esther Vivas
*Artículo publicado en el periódico ARA, 04/08/2011.

+ info:
http://esthervivas.wordpress.com



sábado, 20 de agosto de 2011

Los límites del orden

Los violentos disturbios ocurridos en Inglaterra no deben ser vistos como un fenómeno aislado. Son un perturbador signo de los tiempos. Sin darse cuenta, las sociedades contemporáneas están generando un combustible altamente inflamable que fluye en los subsuelos de la vida colectiva. Cuando llegan a la superficie pueden provocar un incendio social de proporciones inimaginables. Se trata de un combustible constituido por la mixtura de cuatro componentes: la promoción conjunta de la desigualdad social y del individualismo, la mercantilización de la vida individual y colectiva, la práctica del racismo en nombre de la tolerancia y el secuestro de la democracia por elites privilegiadas, con la consiguiente transformación de la política en la administración del robo “legal” a los ciudadanos y del malestar que provoca. Cada uno de estos componentes tiene una contradicción interna: cuando se superponen, cualquier incidente puede provocar una explosión.

- Desigualdad e individualismo. Con el neoliberalismo, el aumento brutal de la desigualdad social dejó de ser un problema para pasar a ser una solución. La ostentación de los ricos y los multimillonarios se transformó en la prueba del éxito de un modelo social que sólo deja miseria para la inmensa mayoría de los ciudadanos, supuestamente porque éstos no se esfuerzan lo suficiente como para tener éxito. Esto sólo fue posible con la conversión del individualismo en un valor absoluto, el cual, paradójicamente, sólo puede ser experimentado como una utopía de la igualdad, la posibilidad de que todos prescindan por igual de la solidaridad social, sea como sus agentes, sea como sus beneficiarios. Para el individuo así concebido, la desigualdad únicamente es un problema cuando le es adversa y, cuando eso sucede, nunca es reconocida como merecida.

- Mercantilización de la vida. La sociedad de consumo consiste en la sustitución de las relaciones entre personas por las relaciones entre personas y cosas. Los objetos de consumo dejan de satisfacer necesidades para crearlas incesantemente y la inversión personal en ellos es tan intensa cuando se tiene como cuando no se tiene. Los centros comerciales son la visión espectral de una red de relaciones sociales que empieza y termina en los objetos. El capital, con su infinita sed de lucro, ha llegado a someter a la lógica mercantil bienes que siempre pensamos que eran demasiado comunes (el agua y el aire) o demasiado personales (la intimidad y las convicciones políticas) para ser intercambiados en el mercado. Entre creer que el dinero media todo y creer que se puede hacer todo para obtenerlo hay un paso mucho menor de lo que se piensa. Los poderosos dan ese paso todos los días sin que nada les pase. Los desposeídos, que piensan que pueden hacer lo mismo, terminan en las cárceles.

- El racismo de la tolerancia. Los disturbios en Inglaterra comenzaron con una dimensión racial. Lo mismo sucedió en 1981 y en los disturbios que sacudieron Francia en 2005. No es una coincidencia: son irrupciones de la sociabilidad colonial que continúa dominando nuestras sociedades, décadas después del fin del colonialismo político. El racismo es apenas un componente, ya que en todos los disturbios mencionados participaron jóvenes de diversos grupos étnicos. Pero es importante, porque reúne a la exclusión social con un elemento de insondable corrosión de la autoestima, la inferioridad del ser agravada por la inferioridad del tener. En nuestras ciudades, un joven negro vive cotidianamente bajo una sospecha social que existe independientemente de lo que él o ella sea o haga. Y esta sospecha es mucho más virulenta cuando se produce en una sociedad distraída por las políticas oficiales de lucha contra la discriminación y por la fachada del multiculturalismo y la benevolencia de la tolerancia.

- El secuestro de la democracia. ¿Qué comparten los disturbios en Inglaterra y la destrucción del bienestar de los ciudadanos provocada por las políticas de austeridad dirigidas por las agencias calificadoras y los mercados financieros? Ambos son signos de las extremas limitaciones del orden democrático. Los jóvenes rebeldes cometieron delitos, pero no estamos frente a “pura y simple” delincuencia, como afirmó el primer ministro David Cameron. Estamos frente a una denuncia política violenta de un modelo social y político que tiene recursos para rescatar a los bancos y no los tiene para rescatar a los jóvenes de una vida de espera sin esperanza, de la pesadilla de una educación cada vez más cara e irrelevante dado el aumento del desempleo, del completo abandono en comunidades que las políticas públicas antisociales transformaron en campos de entrenamiento de la rabia, la anomia y la rebelión.

Entre el poder neoliberal instalado y los rebeldes urbanos hay una simetría perturbadora. La indiferencia social, la arrogancia, la distribución injusta de los sacrificios están sembrando el caos, la violencia y el miedo, y quienes están realizando esa siembra van a decir mañana, genuinamente ofendidos, que lo que ellos sembraron nada tenía que ver con el caos, la violencia y el miedo instalados en las calles de nuestras ciudades. Los que promueven el desorden están en el poder y pronto podrían ser imitados por aquellos que no tienen poder para ponerlos en orden.

- Boaventura de Sousa Santos es Doctor en Sociología del Derecho; profesor de las universidades de Coimbra (Portugal) y de Wisconsin (EE.UU.).

http://www.alainet.org/active/48775&lang=es

Traducción: Javier Lorca.


Yo no ayudo a Somalia... así

Ayer recibí un sms de Movistar: "ayuda a Somalia enviando un sms". La ayuda por sms es de 1,2 euros. Habrá personas, bienintencionadas, que caigan en la trampa y envíen el mensaje, otras no lo harán pero por motivos distintos. Yo no enviaré el mensaje porque es una simple tapadera para enmascarar el mal que ha sido creado durante los últimos veinte años y otra oportunidad de negocio, ¿o alguien piensa que Movistar es una ONG? En fin, que hasta de las desgracias sacan dinero las multinacionales. Los problemas que sufre Somalia son variados y complejos, pero todos ellos tienen una causa común: aunque resulte extraño es su riqueza y su posición geoestratégica la que ha provocado todo esto. Se trata de un país con grandes recursos en hidrocarburos, uranio y distintos metales preciosos, toda una riqueza escondida en el subsuelo y que podría convertir este país en un vergel más en la tierra. Además, posee los mayores caladeros mundiales y sus reservas pesqueras son muy abundantes. Sin embargo, este rico país está el último en el ranking mundial. La causa es la intervención extranjera para apropiarse de los recursos y controlar una zona estratégica de paso del petróleo de Arabia Saudí hacia Europa. Como explicamos en 2009, los verdaderos piratas en Somalia son las flotas pesqueras occidentales que, con la protección de los buques de guerra, extraen las enormes riquezas marinas y esquilman los mares de Somalia. También explicamos en junio pasado que durante diez años los residuos radioactivos y tóxicos de Europa fueron sepultados en aquellos mares aprovechando la desaparición forzada de toda autoridad en el país desde la intervención armada de EEUU en 1991. La costa somalí fue convertida en un basurero para almacenar residuos cuyo reciclado o almacenaje habría costado en Europa más de 100 euros la tonelada y que arrojados allí apenas suponían unos pocos dólares. Las consecuencias son muy graves, tanto para la población, que sufre las malformaciones y enfermedades propias de la radioactividad, como para el medio ambiente, marcado por esta contaminación.

Los medios de comunicación no dejan de bombardearnos con las mentiras habituales en estas situaciones. Nos dicen que la hambruna está provocada por la sequía, siempre es la sequía, una causa supuestamente natural, o bien son las guerras intestinas que asolan el país. Lo que no se explica nunca es el origen de este problema, porque en el origen está la causa real y por tanto el modo de arreglar la situación. Debemos ir a los años 60, cuando Somalia se independiza. En aquel momento opta por acercarse a la URSS, pero sin abandonar al bloque occidental. Algo así como lo que hizo Tito con Yugoslavia. Su vecino, Etiopía, había abierto una vía al socialismo que estaba funcionando y esto era motivo de clara preocupación en USA. Eran muchos los países africanos que preferían las relaciones con la Unión Soviética y no con Estados Unidos. Un viaje de Kissinger en los setenta iba a dar la vuelta a la situación. Mediante sobornos y presiones consigue que el gobierno de Somalia agreda al de Etiopía con la excusa de anexionarse una zona limítrofe de mayoría somalí, Ogadén. La intervención de Estados Unidos fue encaminada a llevar a Somalia al lado occidental y lo consiguió. Desde su intervención en Etiopía, Somalia dejó de ser un país formal y pasó a ser un lugar de conflictos ininterrumpidos. Entre 1981 y 1990, las políticas liberales llevan al país al colmo de la injusticia, pero el problema llega en 1991, cuando la intervención extranjera lleva al país a la división y a la lucha total de todos contra todos. Desde entonces, todos los recursos del país están dedicados a la guerra y el sufrimiento no ha dejado de aumentar. Sin embargo, hubo un momento en que el país parecía salir de la barbarie, cuando los Tribunales islámicos tomaron el control del gobierno. Entonces, justo entonces, los bombardeos estadounidenses vuelven a destruir la mínima estructura gubernamental y, para rematar la situación, cuando los agricultores somalíes habían conseguido recuperar la producción agrícola en 2006 y 2007, entra en liza el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas. Justo cuando las cosechas somalíes llegaban a los mercados, Naciones Unidas invade el país con alimentos gratis donados por Estados Unidos. Esto provoca el hundimiento de la emergente agricultura somalí y la vuelta a la dependencia del exterior. Además, la ayuda alimentaria está vinculada al sometimiento a los intereses estratégicos USA. Por eso, cada vez que damos ayuda a Somalia, la hundimos más en la barbarie y en la miseria. Hay que dejar de ayudar así a Somalia.

Yo ayudo a Somalia propagando la verdad sobre la situación y permitiendo que esta verdad genere la verdadera y única ayuda, que no es ni de alimentos ni de dinero, sino de justicia. Ayudar a Somalia es abandonar sus costas y dejar que ellos se gobiernen como quieran; dejar de enviar armas y financiar a los grupos insurrectos; permitir que la pobre economía del país salga adelante y empiece a explotar los recursos naturales que posee. Esto va en contra de los intereses occidentales y del propio capitalismo, por eso no lo van a permitir. Pero de ninguna manera van a conseguir generar en mí ese sucedáneo de la compasión que lleva sentirse culpable y dar dinero para calmar la conciencia. No, seguiremos luchando contra el sistema económico y social que está matando a esos niños somaliés que tanto dolor nos causa y no perderemos ni un minuto alimentando la maquinaria de legitimación ideológica del capitalismo.

Bernardo Pérez Andreo
Rebelión

http://www.rebelion.org/noticias/opinion/2011/8/yo-no-ayudo-a-somalia...-asi-134289



jueves, 18 de agosto de 2011

Las revueltas en Gran Bretaña. "El espejo sombrío del neoliberalismo"

Un reportaje de blog y dos videos resumen la violencia en las calles de Gran Bretaña: El blog de un periodista de la NBC cita el diálogo entre un londinense y otro periodista que le pregunta al primero si la revuelta es la mejor manera de expresar su descontento:

“Sí,” dijo el joven. “No estarías hablando conmigo ahora si no lo hubiéramos liado, ¿verdad?”

El periodista de la ITV británica no tuvo respuesta, de modo que el joven aprovechó su ventaja. “Hace dos meses, más de 2.000 negros organizamos una marcha tranquila y pacífica hasta Scotland Yard. ¿Sabes qué paso? No salió nada en la prensa. Anoche hubo algo de revuelta y saqueos, y mira a tu alrededor.

Uno de los videos, ampliamente difundido, muestra a una residente de Hackney que se enfrenta a los saqueadores. Sin miedo pero con conocimiento, les reprende, furiosa porque en vez de “hacerlo por una causa”, destruyen hogares y negocios, todo por unos zapatos o unos televisores.

El otro video es menos emotivo; de hecho, es tristemente cómico: Nick Clegg, después de comer unas galletas en su frondoso jardín residencial, advierte a Sky News en abril del año pasado de que si los Conservadores entran en el poder e imponen sobre la población recortes sin haber recibido mandato para ello, habría revueltas.

Éstos son los elementos clave de la actual crisis: la incompetencia y arrogancia de la Policía, la complicidad y crueldad de los medios, la miopía de los alborotadores y el desprecio que los políticos han demostrado por la población durante el último año y que ha perdurado durante la última semana. La deprimente conclusión es que vivimos en una sociedad enferma que no sólo no es capaz de resolver sus injusticias y desigualdades, sino tampoco las reconoce.

El plato petri donde se cultivaron las revueltas fueron décadas de abandono, desempleo y privaciones: la mayoría de las áreas afectadas por las revueltas tienen tasas de desempleo por encima de la media londinense del 8,8%. Hackney compite anualmente con Manchester, Liverpool y Tower Hamlets como el municipio más abandonado del país. En Londres, el segmento más rico de la población posee 273 veces más riqueza que los más pobres, lo que la convierte en la “ciudad más desigual de Occidente”. Por todo el país, durante los últimos treinta años, los sueldos se han reducido, en proporción con la fortuna nacional, para todo el mundo, salvo para una minoría muy pequeña. Dentro de veinte años, la brecha entre ricos y pobres alcanzará niveles que no se han visto desde que reinara Victoria.

Esto no justifica la destrucción rampante: durante siglos, los pobres siempre han sufrido, pero en los momentos clave, en los últimos dos siglos, han respondido mediante la organización, la protesta y el apoyo mutuo. Esta acción unida ha conseguido logros reales que la quema de sus comunidades nunca obtuvo.

Luego está el pésimo historial de la Policía de la nación y en particular de la Policía Metropolitana. Teniendo en cuenta su implicación directa en la conspiración criminal que han supuesto las extensas escuchas telefónicas como colaboradores en vez de como investigadores y los numerosos casos, tanto dentro de la Policía como de la IPCC [Comisión Independiente sobre Quejas Policiales], de ocultación de su papel en los asesinatos en las calles de Londres, no sorprende que los vecinos los señalaran con ocasión de la muerte de Mark Duggan.

Su incapacidad de contestar a las sencillas preguntas que se les formularon es prueba de su arrogancia, a pesar de que éste no sea un hecho aislado. Las cifras de muerte bajo custodia o después de estar en manos de la Policía son escalofriantes. Desde 1998, han muerto 333 personas mientras estaban bajo custodia, sin que ningún agente haya sido condenado.

El acoso degradante a la juventud mediante la identificación y el cacheo, siendo objetivos algunas comunidades en particular, es agobiante para todos salvo aquellas personas que no lo padecen. Tampoco fue hace tanto tiempo que los Conservadores pretendían volver a poner en marcha las leyes Sus [sobre personas sospechosas]. Luego no debería sorprender que la criminalización de poblaciones enteras les induzca a cometer actos criminales.

Y mientras ocurría todo esto, ¿dónde estaban los políticos? Osborne [Ministro de Hacienda] estaba en Los Ángeles, Cameron estaba en la Toscana, Clegg estaba en España y Johnson [Alcalde de Londres] se negó a decir dónde estaba porque no quería volver. El problema no es tanto que estuvieran de vacaciones, sino más bien que unas vacaciones en el extranjero sean un lujo que pocos pueden costear. Cuando el parlamentario conservador Oliver Letwin dijo que no quería que “la gente de Sheffield disfrutara más de vacaciones baratas”, puso de manifiesto el odio de clase que motiva a muchos de sus congéneres.

Tales sentimientos constituyen el combustible amargo para la puesta en marcha de las medidas de austeridad que están rompiendo nuestro país, y los objetivos de esta agresión no son sólo la juventud pobre de los barrios de nuestras ciudades, sino también los trabajadores que, como los bomberos, intentan apagar las llamas de esos mismos barrios. Aquí es donde más claro se percibe la locura de la violencia: deberíamos unirnos contra la avaricia y la temeridad de los recortes y no replicarlas.

Sin embargo, algunos elementos de la izquierda se niegan a condenar las revueltas alegando que son el resultado de problemas estructurales y no de la mala educación por parte de los padres o la falta de valores por parte de los alborotadores. Los primeros vítores de que se estaba produciendo una ‘insurrección’ en Tottenham fueron a menos cuando los objetivos cambiaron de los coches de policía a los comercios, para finalmente apagarse cuando se hizo evidente que el odio a la policía iba aparejado con el saqueo y el incendio de objetivos no políticos. El saqueo y el incendio no son virtud de la izquierda sino del neoliberalismo, y tenemos ahora una imagen de espejo sombría de los efectos del ataque del capitalismo a nuestra sociedad durante las últimas tres décadas.

Los alborotadores son un microcosmos de la ética que emerge de ese ataque: la falta de moderación, la competencia y la violencia. La razón por la que la izquierda debe condenar en vez de excusar la violencia y el saqueo es precisamente porque es el problema estructural de una sociedad que fomenta valores miserables. La mujer que se enfrentó a los saqueadores sabía esto: hay que construir algo duradero en vez de reproducir los principios dominantes de nuestra sociedad. ¿Por qué no aspirar al lujo para todos? Pero debería ser mediante la creación y no la destrucción.

La respuesta [del gobierno] ha sido a veces aterradora. Es de esperar que los llamamientos de sacar al ejército a las calles y de permitir que se dispare a matar no sean representativos, porque, si es así, no hemos aprendido nada del desastre de Irlanda del Norte. La única solución duradera es el fin de los recortes, la exclusión y la brutalidad. Necesitamos una izquierda inclusiva que funcione en vez de la izquierda egoísta y crónicamente romántica que nos ha tocado en suerte durante las últimas dos décadas, o la izquierda que sueña inútilmente con la vuelta del mítico Partido Laborista.

Una respuesta adecuada requiere dirigir la ira constructivamente y abordar correctamente los principios destructivos inculcados dentro de nosotros: el egoísmo y la falta de moderación hasta el extremo de la violencia. Cuando los jóvenes saquean, es “pura criminalidad”, cuando los ricos saquean, es “austeridad”. Los dos extremos son resultado de la misma sociedad, y los dos necesitan erradicarse. No necesitamos austeridad, y nadie debería necesitar robar.

Desde las cenizas, las comunidades se reúnen para defender, reclamar y limpiar sus calles. Quizá la ira se dirija a los alborotadores, pero también se dirige a las oportunidades fotográficas de mal gusto de Nick Clegg y Boris Johnson. Los principios de apoyo y respeto mutuos existen y pueden ser y serán más poderosos que el ejército, la policía o cualquier alborotador. Pero necesitan permanecer como nuestros principios frente a la violencia procedente tanto de los ricos como de los desposeídos. Sólo así podremos esperar vencer a una sociedad patológica; en palabras de la mujer anónima de Hackney: “hazlo por una causa”.

Tom Fox

Red Pepper // Rebelión

Traducción para Rebelión de Christine Lewis Carroll

http://www.redpepper.org.uk/the-riots-a-grim-mirror-image-of-neoliberal-britain/