lunes, 24 de septiembre de 2012

Transgénicos e irresponsabilidad

La difusión de un estudio elaborado por el Comité de Investigación e Información Independiente sobre Genética de la Universidad de Caen, Francia, en el que se documenta la aparición de tumores cancerígenos en ratas alimentadas con una variedad de maíz transgénico producido por la empresa Monsanto, ha reavivado el debate internacional sobre la seguridad de consumir y comerciar organismos genéticamente modificados.
 
La preocupación con que han reaccionado representantes y autoridades de varios países en el viejo continente es justificada en la medida en que el estudio referido representa el indicador más contundente hasta ahora sobre los impactos nocivos del maíz transgénico en la salud, si bien no es el único: un precedente ineludible es el estudio publicado en diciembre de 2009 en el International Journal of Biological Sciences, en el que se prueba que tres variedades de maíz genéticamente modificado, producidas por Monsanto, pueden ocasionar daños a los riñones, el hígado y el corazón. Mucho más documentadas están las afectaciones generadas por este tipo de organismos a la biodiversidad de los entornos en que se cultivan: durante la primera década de este siglo, el Registro de Contaminación Transgénica, gestionado por la organización británica GeneWatch, documentó más de 216 casos de contaminación transgénica en 57 países, incluido el nuestro.

Por lo que hace al ámbito económico, es innegable a estas alturas que esos cultivos han fallado como solución para erradicar el hambre y la pobreza de los campesinos en el orbe, como han sostenido sus promotores a lo largo de las pasadas dos décadas. Por el contrario, el desarrollo de esta biotecnología ha contribuido al control oligopólico de la industria agroalimentaria en el mundo, como lo confirma el hecho de que la mayoría de las patentes de transgénicos se encuentran en manos de un puñado de compañías, y que tres de ellas –Syngenta, DuPont-Pioneer y la propia Monsanto– controlan más de 90 por ciento del mercado de esos alimentos.

No es gratuito, en suma, que un número creciente de productores agrícolas, organizaciones ambientalistas y consumidores en el planeta rechacen la utilización de este tipo de tecnología, la cual, pese a ser presentada como la panacea para los rezagos alimentarios, conlleva muchos más riesgos que ventajas, y cuyo impulso no se explica sino como consecuencia del vasto poder económico y la capacidad de presión política de las mencionadas compañías.

Por lo que hace a nuestro país, la publicación del referido estudio adquiere mayor relevancia a la luz del avance y la consolidación que han tenido los cultivos de maíz transgénico en el territorio durante los recientes tres años, luego de que concluyó la moratoria que privaba en la materia desde hace más de una década. La coyuntura actual debiera orillar a las autoridades agrícolas del país a reconsiderar la pertinencia del uso de una tecnología agroindustrial que no sólo implica riesgos severos a la biodiversidad en México –centro de origen del maíz y principal consumidor de ese grano en el mundo–, sino que también representa una amenaza para la economía nacional, para la soberanía alimentaria y para la salud de la población.

Si lo que se quiere es garantizar en el país el pleno derecho a la alimentación, lo procedente es impulsar un viraje en el actual modelo de producción agrícola y promover apoyos gubernamentales al desarrollo rural y a los pequeños productores, pues al final son éstos, y no las grandes trasnacionales, los que pueden resolver los problemas de desabasto de comida y garantizar la autosuficiencia alimentaria en países como el nuestro. Mantener el rumbo actual en esa materia y preservar y ampliar los márgenes para los organismos genéticamente modificados sería, por el contrario, un absurdo y una irresponsabilidad política monumental.

La Jornada. Editorial

sábado, 22 de septiembre de 2012

El liberalismo agota el agua del mundo

UXBRIDGE, Canadá, sep (IPS) - La creciente escasez de agua en muchos países constituye una gran amenaza para la seguridad y el desarrollo, y debe ser tema de análisis prioritario en el Consejo de Seguridad de la ONU, advierten expertos en un nuevo informe.

Pero ese estudio ignora la mayor amenaza a la seguridad del agua: las políticas de libre mercado, que convierten a ese recurso en una mercancía, responden activistas.

China e India no tendrán suficiente agua potable para satisfacer sus necesidades antes de 2030, alerta el informe "The Global Water Crisis: Addressing an Urgent Security Issue" ("La crisis global del agua: encarando un urgente tema de seguridad"), divulgado esta semana.

Mucho antes, la escasez generará conflictos y empeorará la inestabilidad en África subsahariana, Asia occidental y el norte de África, alerta.

"El futuro impacto político de la escasez de agua podría ser devastador", según el ex primer ministro canadiense Jean Chrétien (1993-2003).

"Usar el agua de la manera en que lo hicimos en el pasado simplemente no será sostenible", dijo Chrétien, copresidente del Consejo de InterAcción (IAC, por sus siglas en inglés), grupo de 40 exgobernantes que produjo el estudio.

El IAC, el Instituto para el Agua, el Ambiente y la Salud de la Universidad de las Naciones Unidas, y la Walter and Duncan Gordon Foundation, de Canadá, organizaron una conferencia de expertos en el tema en 2011.

Las deliberaciones en ese encuentro derivaron en una serie de conclusiones ahora incluidas en el informe.

Para 2025, el mundo tendrá que alimentar cerca de 1.000 millones de bocas más, con lo que el sector agrícola por sí solo necesitará cada año una cantidad de agua adicional equivalente al flujo anual de 20 ríos Nilo y 100 ríos Colorado, pronostica el estudio.

Mientras, el sector de energía tendrá que competir por los limitados recursos hídricos con otros sectores que también consumen agua, lo que impactará en el desarrollo.

Agencias de seguridad e inteligencia de Estados Unidos alertan que hay áreas del mundo en que la situación del agua se está agravando, mientras se resiente la capacidad local para responder a sequías e inundaciones, apuntó Zafar Adeel, director del Instituto para el Agua, el Ambiente y la Salud de la Universidad de las Naciones Unidas.

"Dentro de una década, esto podría derivar en problemas de seguridad", dijo a IPS.

"La comunidad internacional tiene que invertir mucho más para mejorar el manejo del agua", sostuvo.

Entre las recomendaciones del informe hay un llamado a incrementar aproximadamente 11.000 millones de dólares las inversiones anuales en redes de agua y saneamiento.

"Hoy muere en promedio un niño cada 20 segundos por enfermedades relacionadas con el agua", dijo Adeel.

Activistas responden

"Celebramos la atención que le han dado esos líderes mundiales a la crisis global del agua", dijo la presidenta nacional del Consejo de Canadienses, Maude Barlow.

"Sus voces tienen mucho peso, y pueden captar la atención de los actuales líderes políticos, algo que a nosotros en la sociedad civil nos es difícil", señaló a IPS.

Barlow es autora del libro "Blue Covenant: The Global Water Crisis" (Pacto azul: la crisis mundial del agua), y fue una de las líderes en la campaña para que la Asamblea General de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) reconociera en 2010 el acceso al agua y al saneamiento un derecho humano.

Barlow apoya el llamado en el informe de IAC a que las naciones y las instituciones internacionales adopten medidas de conservación, reutilización y protección del agua, así como a invertir en infraestructura para asegurar servicios.

Pero la activista señaló que la gran omisión en el informe y en sus recomendaciones es el reconocimiento de que "la demanda exponencial de agua está directamente unida al estilo consumista alimentado por la globalización".

El crecimiento económico incontrolado, el libre comercio desregulado y la gobernanza corporativa son las mayores amenazas al agua, dijo Barlow a IPS.

"La agricultura industrializada y el comercio global de alimentos han provocado una grave pérdida de agua del mundo. Necesitamos políticas sostenibles locales que recompensen el uso sabio de las cuencas", sostuvo.

Barlow dijo lamentar que el informe no fuera al corazón del problema.

"Solo habrá seguridad de agua en el futuro si esta es declarada un patrimonio común y un bien público, administrado equitativamente para el bien de todos", afirmó.(FIN/2012)

Stephen Leahy
IPS noticias

martes, 18 de septiembre de 2012

El casino del sistema alimentario global

El alimento es nuestro sustento. Es la fuente de la vida. El cultivo de alimentos, su procesamiento, transformación y distribución involucran a un 70% de la humanidad. Su consumo nos involucra a todos. Sin embargo, lo que conforma la economía dominante del alimento de la actualidad no es la cultura o los derechos humanos. Más bien la especulación y los beneficios deciden la producción y distribución de alimentos. El hecho de que se coloquen los alimentos en el casino financiero global es una receta para el hambre. 

Después de la crisis de los créditos de alto riesgo en EE.UU. y el crac de Wall Street, los inversionistas se apresuraron a participar en los mercados de commodities, especialmente los productos básicos agrícolas y petroleros. Aunque la producción real no aumentó entre 2005 y 2007, la especulación con los alimentos aumentó un 160%. La especulación hizo aumentar los precios y los altos precios llevaron a otros 100 de personas millones hacia el hambre. Barclays, Goldman Sachs, JP Morgan, todos juegan en el casino global del alimento. 

Un anuncio de Deutsche Bank en 2008 decía: “¿Le gusta el aumento de precios? Todos hablan de productos básicos, con el Eurofondo de Agricultura usted puede beneficiarse del aumento del precio de los siete productos básicos agrícolas más importantes”. 

Cuando la especulación impulsa el aumento de precios, los inversionistas ricos se hacen más ricos y los pobres mueren de hambre. La desregulación financiera que desestabilizó el sistema financiero mundial está desestabilizando ahora el sistema alimentario mundial. El aumento de precios no es solo el resultado de oferta y demanda. Es sobre todo un resultado de la especulación. 

Entre 2003 y 2008 se calcula que la especulación con el índice de commodities aumentó en un 1.900%, de 13.000 millones de dólares a 260.000 millones. Un 30% de esos productos básicos indexados están invertidos en productos básicos agrícolas. Como señala la Iniciativa de Responsabilidad de la Agroindustria: “Vivimos en un mundo feliz de comercio electrónico, provocado por algoritmos de índices de precios compuestos, ataques de ‘falta de confianza’ de inversionistas y de ‘pools ocultos’ desregulados de más de 7 billones [millones de millones] de dólares en comercio extrabursátil de derivados de commodities”. 

El comercio mundial de productos básicos no tiene relación con alimentos, su diversidad, sus productores o consumidores, con las estaciones, con la siembra o la cosecha. La diversidad alimentaria es reducida a ocho productos básicos y agrupada en el “índice compuesto de precios”.

Las estaciones son reemplazadas por comercio durante las veinticuatro horas del día. La producción de alimentos impulsada por la luz solar y la fotosíntesis es desplazada por “consorcios ocultos de inversión”. La tragedia es que este mundo irreal está creando hambre para gente real en el mundo real. 

En The Food Bubble: How Wall Street Starved Millions and Got Away with it –un artículo de fondo para Harper’s – Fredirick Kaufman dice: “La historia de los alimentos dio un giro sombrío en 1991, una época en la que nadie estaba prestando mucha atención. Fue el día que Goldman Sachs decidió que nuestro pan de cada día era una excelente inversión”. 

Y la entrada de inversionistas como Goldman Sachs, AIG Commodity Index, Bear Sterns, Oppenheiner and Pimco, Barclays, permitió que la agroindustria aumentara sus beneficios. En el primer trimestre de 2008, Cargill atribuyó su aumento de un 86% a beneficios en el comercio de productos básicos. ConAgra vendió su filial comercial a un fondo de inversión libre por 2.800 millones de dólares. 

El juego para conseguir beneficios en el precio del trigo quitó el alimento a 250 millones de personas. La especulación ha separado el precio de los alimentos de su valor. Como Austin Da-mani, un corredor de trigo dijo a Fred Kaufman: “Comerciamos en trigo, pero es trigo que nunca vamos a ver. Es una experiencia cerebral”. 

El alimento es una experiencia ecológica, una experiencia sensorial, una experiencia biológica. Con la especulación se ha removido de su propia realidad. Los mercados de granos han sido transformados, con el comercio en futuros de los gigantes de los granos en Chicago, Kansas City y Minneapolis en combinación con la especulación por los inversionistas. 

Y como dice el señor Kaufman: “El trigo imaginario comprado en cualquier sitio afecta al trigo real comprado por doquier”. Por lo tanto si no se "descomoditiza" el trigo se negarán los alimentos a más y más gente; se lanza más y más dinero al casino global, los procesos artificiales de especulación están incrementando los precios de los alimentos y llevándolos fuera del alcance de millones de personas. 

Las reglas de la Organización Mundial de Comercio, los programas de ajuste estructural del Banco Mundial y el FMI y los acuerdos bilaterales de libre comercio han impuesto la integración de economías locales y nacionales en el mercado global. Y ahora el sistema financiero global está especulando en commodities alimentarias, influenciando precios y el derecho a los alimentos de las personas más pobres en el rincón más remoto del mundo. 

El punto más alto en los precios de alimentos del mundo comenzó a reaparecer en 2011. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en enero de 2011 el índex de los precios de alimentos había aumentado 3,4% desde diciembre de 2010. El índice del precio de cereales estaba a 3% por sobre diciembre, y al más alto nivel desde julio de 2008, pero todavía a un 11% bajo su nivel más alto en abril de 2008. 

En India, el precio de la cebolla saltó de 11 rupias por kilo en junio de 2010 a 75 rupias por kilo en enero de 2011. Los precios también subieron a pesar de que la producción de cebollas había subido de 4,8 millones de toneladas en 2001-2002 a 12 millones de toneladas en 2009-2010, mostrando que en un mercado impulsado por la especulación no existe una correlación entre la producción y los precios. La diferencia de precios entre la venta al por mayor y al menor fue de 135%. 

Los alimentos que se han colocado en un casino global sirven a los inversionistas especuladores y a la agroindustria, pero no a la gente. Tenemos que sacar a los alimentos del casino global y devolverlos a los platos de la gente. La democracia alimentaria y la soberanía alimentaria solo pueden lograrse poniendo fin a la especulación financiera. 

Josette Sheeran, directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos, relacionó la revolución egipcia de 2010 con el aumento de los precios de los alimentos. “En muchas protestas, los manifestantes han blandido barras de pan o han mostrado pancartas expresando su indignación por el aumento del coste de alimentos básicos como las lentejas. Cuando se trata de alimentos, los márgenes entre estabilidad y caos son peligrosamente finos. La volatilidad en los mercados se puede convertir rápidamente en volatilidad en las calles y todos deberíamos mantenernos vigilantes”. 

La creciente preocupación por la especulación con alimentos ha obligado a algunos bancos a dejar de invertir en commodities alimentarias. Commerzbank de Alemania y Volksbanken de Austria han sacado los productos agrícolas de sus productos de fondos indexados. Deutsche Bank ya había hecho lo mismo. Es hora de que todos los gobiernos y todas las instituciones financieras pongan el derecho al limento por sobre el hambre de beneficios. 

© 2012 The Asian Age
La doctora. Vandana Shiva es una filósofa, activista medioambiental y eco-feminista. Es fundadora y directora de Navdanya Research Foundation for Science, Technology, and Ecology. Es autora de numerosos libros, incluyendo: Soil Not Oil: Environmental Justice in an Age of Climate Crisis; Stolen Harvest: The Hijacking of the Global Food Supply; Earth Democracy: Justice, Sustainability, and Peace; y Staying Alive: Women, Ecology, and Development. Shiva también ha servido como asesora de gobiernos en India y en el extranjero así como en ONG, incluyendo el Foro Internacional sobre Globalización, la Organización de Mujeres de Entorno y Desarrollo y la Red Tercer Mundo. Ha recibido numerosos premios, incluyendo el 1993 Right Livelihood Award (Premio Nobel Alternativo) y el Premio de la Paz Sydney 2010.

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=156250

lunes, 17 de septiembre de 2012

Nuestra casa común, la Tierra, está en peligro

" No entiendo por qué nos matan a nosotros y destruyen nuestros bosques sacando petróleo para alimentar carros y más carros en una ciudad ya atestada de carros como Nueva York".
Dirigente indígena ecuatoriano

La "Flor de las Indias", como las llamara Marco Polo cuando las conoció, es decir: las mil doscientas pequeñas islas e islotes de coral desperdigadas por el Océano Indico más conocidas como Islas Maldivas, con sus 225.000 habitantes (hoy día paraíso turístico… para quienes pueden pagar el viaje), están condenadas a desaparecer bajo las aguas oceánicas en un lapso no mayor de 50 años si continúa el calentamiento global de nuestro planeta -fundamentalmente debido a la sobreemisión de gases de efecto invernadero, en especial de dióxido de carbono (CO2)- y el consecuente derretimiento de casquetes polares y glaciares con el subsiguiente aumento de la masa líquida de la superficie terrestre. Lo curioso -¿tragicómico?, ¿incomprensible?- es que los habitantes de esta región geográfica no han vertido prácticamente ni un gramo de este agente contaminante.

La globalización -término hoy "demasiado" de moda; en todo caso, eufemismo por decir "triunfo del capitalismo sobre las primeras experiencias socialistas"- es un proceso no sólo económico. Es más: si queremos extremar el concepto, donde más podemos verla, sufrirla incluso, es en la perspectiva ecológica que viene trayendo el nuevo modelo de producción industrial surgido hace doscientos años, hoy triunfador absoluto en todo el mundo. La globalización, en términos estrictos, es ante todo la mundialización de los problemas medioambientales, de los que nadie, en ningún punto del globo, puede sustraerse (tal como nos lo ilustra el ejemplo de apertura).

Por tanto, la solución a esa degradación de nuestra casa común -el planeta Tierra- que desde hace algunos años se viene dando con una velocidad vertiginosa, es más que un problema técnico: es político, y no hay ser humano sobre la faz del planeta que no tenga que ver con él. Así como nadie escapa a la publicidad comercial que inunda el globo, así, mucho más aún, nadie escapa al efecto invernadero negativo, a la lluvia ácida, a la desertificación y a la falta de agua potable; en ningún área del quehacer humano puede verse más claramente la globalización que en el campo de la ecología. Y al mismo tiempo, en ningún campo de acción en torno a grandes problemas humanos se encuentran respuestas más comunes, más globalizadas que en lo tocante a nuestro compartido desastre medioambiental. Un habitante de las Maldivas, consumiendo 100 veces menos que un estadounidense o un europeo, está tanto o más afectado que ellos por los modelos de desarrollo injustos y depredadores que envuelven a toda la humanidad. Dicho muy rápidamente: o nos salvamos todos, o no se salva nadie.

Quizá en un primer abordaje del asunto del desastre ecológico que padecemos, podríamos estar tentados a considerarlo como consecuencia de factores exclusivamente ligados a la tecnología, solucionables también en términos puramente técnicos. Pero la tecnología es un hecho altamente político. Si nuestra forma de concebir e impulsar la productividad del trabajo se da en el marco del actual modelo de desarrollo (sin dudas bastante contrario al equilibrio ecológico), ello es, ante todo, un hecho político, un hecho que nos habla de cómo establecemos las relaciones sociales y con el medio circundante.

La industria moderna, hija del capitalismo, ha transformado profundamente la historia humana. En el corto período en que la producción capitalista se enseñoreó en el mundo -estos últimos dos siglos, desde la británica máquina de vapor de James Watt en adelante- la humanidad avanzó técnicamente lo que no había hecho en su ya dilatada existencia de dos millones y medio de años. En principio podría saludarse ese salto adelante como un gran paso en la resolución de ancestrales problemas: desde que la tecnología se basa en la ciencia que abre el Renacimiento europeo con su visión matematizable del mundo y la primacía del concepto como llave para entender y actuar sobre la realidad, se han comenzado a resolver cuellos de botella. La vida cambió sustancialmente con estas transformaciones, se hizo más cómoda, menos sujeta al azar de la naturaleza.

Pero esa modificación en la productividad no dio como resultado solamente un bienestar generalizado. Concebida como está, la producción es, ante todo, mercantil. Por tanto, lo que la anima no es sólo la satisfacción de necesidades, sino el lucro. Más aún: la razón misma de la producción pasó a ser la ganancia; se produce para obtener beneficios económicos. A partir de esta clave esencial puede entenderse la historia que transcurrió en este corto tiempo desde la máquina de vapor de mediados del siglo XVIII a nuestros días; la historia del capitalismo (europeo primero, americano luego, igualmente el japonés, hoy día extendido planetariamente) no es otra cosa que la obsesiva búsqueda del lucro, no importando el costo. Si para obtener ganancia hay que sacrificar pueblos enteros, diezmarlos, esclavizarlos, e igualmente hay que depredar en forma inmisericorde el medio natural, ello no cuenta. La loca sed de ganancias no mide consecuencias.

Hoy día, dos siglos después de puesto en marcha ese modelo, la humanidad en su conjunto paga las consecuencias. ¿Se merecen los habitantes de las Maldivas desaparecer bajo las aguas porque en Los Ángeles, Estados Unidos, hay un promedio de un automóvil de combustión interna por persona arrojando dióxido de carbono, o porque los ciudadanos estadounidenses económicamente más privilegiados consumen más de 100 litros diarios de agua, mientras uno en el África debe conformarse sólo con uno? ¿Se merece cualquier habitante del planeta tener 13 veces más riesgo de contraer cáncer de piel a partir del adelgazamiento de la capa de ozono que cien años atrás por el hecho de tener cerveza fría en la refrigeradora? ¿Es éticamente aceptable que un perrito de un hogar del "civilizado" primer mundo consuma un promedio anual de carne roja superior al de un habitante del Sur o que tenga servicios psicológicos mientras en otros países faltan vacunas básicas… ¡o comida!?

Aunque hay alimentos en cantidades inimaginables, viviendas cada vez más confortables y seguras, comunicaciones rapidísimas, expectativas de vida más prolongadas, más tiempo libre para la recreación, etc., etc., la matriz básica con que el capitalismo se plantea el proyecto en juego no es sustentable a largo plazo: importa más la mercancía y su comercialización que el sujeto para quien va destinada. Si realmente hubiera interés en lo humano, en el otro de carne y hueso que es nuestro semejante, nadie debería pasar hambre, ni faltarle agua, ni sufrir con enfermedades que la técnica está en condiciones de vencer. En definitiva, se ha creado un monstruo; si lo que prima es vender, la industria relega la calidad de la vida como especie en función de seguir obteniendo ganancia. Para que un 20 % de la humanidad consuma sin miramientos, un 80 % ve agotarse sus recursos. Y el planeta, la casa común que es la fuente de materia prima para que nuestro trabajo genere la riqueza social, se relega igualmente. Consecuencia: el mundo se va tornando invivible. Peligroso, sumamente peligroso incluso.

La cada vez más alarmante falta de agua dulce, la degradación de los suelos, los químicos tóxicos que inundan el planeta, la desertificación, el calentamiento global, el adelgazamiento de la capa de ozono, el efecto invernadero negativo, los desechos atómicos, son problemas de magnitud global a los que ningún habitante de la humanidad en su conjunto puede escapar. Todo ello es, claramente, un problema político y no sólo técnico. Y es en la arena política -las relaciones de poder, las relaciones de fuerza social entre los diferentes grupos- donde puede encontrar soluciones.

En el Foro Mundial de Ministros de Medio Ambiente reunido en la ciudad de Malmoe, Suecia, en mayo del 2000 en el marco del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), se reconocieron en la llamada Declaración de Malmoe que las causas de la degradación del medio ambiente global están inmersas en problemas sociales y económicos tales como la pobreza generalizada, los patrones de producción y consumo no sustentables, la desigualdad en la distribución de las riquezas y la carga de la deuda externa de los países pobres.

En otros términos, vemos que la destrucción del medio ambiente responde a causas eminentemente humanas, a la forma en que las sociedades se organizan y establecen las relaciones de poder; en definitiva: a motivos políticos. El modelo industrial surgido con el capitalismo y con la ciencia occidental moderna, además de producir un salto tecnológico sin precedentes (quizá más que la aparición de la agricultura, o de la rueda o la navegación a vela) generó también problemas de magnitud descomunal. El poder de destrucción -y de autodestrucción- alcanzado por la especie humana creció también en forma exponencial, por lo que las posibilidades de autodesaparecernos son cada vez más grandes. Valga agregar que la totalidad del poder atómico con fines militares generado en la actualidad -alrededor de 14.000 ojivas nucleares, detentando Washington casi la mitad, cada una de ellas equivalente a 20 bombas de las arrojadas sobre Hiroshima- posibilitaría generar una explosión cuya onda expansiva llegaría hasta la órbita de Plutón; proeza técnica, sin dudas, pero que no termina con el hambre, nuestra principal causa de muerte todavía.

En otros términos: el desprecio moderno por el medio ambiente que nos lega el capitalismo de Europa se ha instalado con una soberbia aterradora. Los esquemas que utilizó, o utilizan, las experiencias socialistas no le dieron un mejor trato a nuestra común, el planeta, que lo que le dio el capitalismo.

Lo cual reafirma que occidente y la idea de desarrollo que ahí se gestó están en franca desventaja con otras culturas (orientales, americanas precolombinas, africanas) en relación a la cosmovisión de la naturaleza, y por tanto al vínculo establecido entre ser humano y medio natural. El desastre ecológico en que vivimos no es sino parte del desastre social que nos agobia. Si el desarrollo no es sustentable en el tiempo y centrado en el sujeto concreto de carne y hueso que somos, no es desarrollo. Si se puede destruir el lejano Plutón pero no se puede asegurar la vida de los habitantes de las Maldivas porque la idea de desarrollo no los contempla, porque no son "viables", entonces hay que cambiar ese modelo, por inservible. Es una pura cuestión de sobrevivencia como especie.

A no ser que haya sectores sociales -detentadores de omnímodos poderes, por cierto- que ya estén apostando por una vida fuera de este planeta, contaminado, lleno de "pobres", sin solución en definitiva. Pero los que no hacemos voto por ello, los mortales de a pie, los que creemos que es más importante un habitante de las Maldivas que cambiar el automóvil cada año, los que no queremos morir de un evitable cáncer de piel, o tapados por el derretimiento de los hielos polares, tenemos mucho por seguir luchando aún. El problema de nuestra casa común nos toca a todos. Todos, entonces, podemos -tenemos- que hacer algo. Involucrarse en estos asuntos es, definitivamente, hacer política. Votar cada tanto tiempo para que nuestros representantes nos ¿representen? y arreglen las cosas, no parece la mejor manera de hacer la política. 

Marcelo Collusi
Rebelión