viernes, 29 de junio de 2012

Falta estrategia ante "crisis de la civilización"

RíO DE JANEIRO, 25 jun (TerraViva) - En 1996, la II Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Asentamientos Humanos (Habitat II) realizada en Estambul fue una de las más abiertas a la participación de la sociedad civil.

También reunió, en un gran volumen de conclusiones, miles de propuestas y recomendaciones de los participantes. Pero "faltó estrategia" para llevarlas a la práctica, sostuvo Jaime Lerner, conocido como gran urbanista por su innovadora gestión de Curitiba décadas atrás.

En contraste, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, conocida como Río+20, finalizó el viernes 22 sin permitir que se vislumbre una estrategia para salir de la trampa en la que se metió la humanidad.

Las propuestas de las organizaciones no gubernamentales fueron excluidas. Pero ¿acaso podría una conferencia gubernamental, con 99 por ciento de países capitalistas, digerir las tesis anticapitalistas del foro no gubernamental?

La declaración final de la Cumbre de los Pueblos en Río+20 asume el "desafío urgente de frenar la nueva fase de recomposición del capitalismo", en que "el pueblo organizado y movilizado" es la única forma capaz de "liberar al mundo del control de las corporaciones y del capital financiero".

La principal contribución de la Conferencia sobre el Desarrollo Sostenible puede ser un shock de realismo como estímulo a una reflexión, a partir del reconocimiento de realidades ignoradas, tanto en la pretensión de llamar "El futuro que queremos" al documento oficial como en la de convocar una "Cumbre de los Pueblos" en el Aterro do Flamengo, sugiriendo una jerarquía rechazada por esos mismos "pueblos" cuando se reúnen en el Foro Social Mundial.

Esa búsqueda de nuevos caminos ya comenzó. Un movimiento lanzado el sábado 23 en Río de Janeiro, el Río+20+1, o "Día Después", pretende construir una propuesta de "Un nuevo contrato social para el siglo XXI", actualizando las ideas del pensador Jean Jacques Rousseau, cuyo tricentenario se conmemora este año.

La iniciativa, ideada por el director ejecutivo del Instituto de las Naciones Unidas para Formación Profesional e Investigaciones (Unitar), Carlos Lopes, se inauguró con la presencia del presidente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (más conocido por sus siglas en inglés, IPCC), Rajendra Pachauri, y por el economista del ecodesarrollo Ignacy Sachs, entre otros.

Existe un cierto consenso sobre la necesidad de un nuevo patrón de producción y consumo. Pero sigue sin definirse ese paradigma y cómo alcanzarlo, temas de discrepancia inevitable. Nadie, ni siquiera entre los anticapitalistas de la Cumbre de los Pueblos, habla de una revolución social.

El impasse evidenciado en Río+20 pone en jaque concepciones voluntaristas. Muchos reclaman un liderazgo con "osadía y coraje de estadistas" a los actuales ocupantes del poder para resolver la "crisis de la civilización", en la que se combinan crisis variadas como la ambiental, la económica, la social y la ética. ¿Acaso queremos que vuelvan los déspotas ilustrados?

El juicio político y la posterior destitución del presidente paraguayo, Fernando Lugo, en coincidencia con Río+20, dejaron en claro que los gobernantes también tienen sus límites. Deben responder a los intereses reales de la sociedad nacional y a la correlación de fuerzas, que se expresan en el poder político y económico, no en los sondeos de opinión en los que una mayoría dice tener preocupaciones ambientales.

La ausencia del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en Río+20 se atribuyó a los riesgos que enfrentará el hombre más poderoso de la Tierra en las elecciones previstas para noviembre. Asumir compromisos ambientales amenazaría su reelección.

La divergencia entre la dinámica política de corto y largo plazo sobre las cuestiones ambientales sería otro obstáculo para asumir los desafíos. Pero está fuera de discusión prolongar los mandatos, y ejemplos recientes muestran la creciente intolerancia hacia la perpetuación en el poder.

Parece indispensable una nueva institucionalidad para enfrentar las amenazas a la humanidad, como el cambio climático, la reducción de la biodiversidad y de la disponibilidad de agua potable, la acidificación de los océanos y la desertificación.

La conferencia de Río debilitó el multilateralismo, acatando la tesis americana a favor de iniciativas nacionales, contra acuerdos mundiales vinculantes, concluyó la ex ministra de Medio Ambiente, Marina Silva.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) quedó atrapada por los intereses corporativos, según muchos otros activistas.

En este sentido, no parece prometedor crear en la órbita de la ONU una nueva agencia ambiental que tome como ejemplo a la Organización Mundial de la Salud o a la Organización Mundial del Comercio, principal propuesta para una gobernanza necesaria en esa área.

Tampoco se avanzó en la cuestión del financiamiento del desarrollo sostenible. La propuesta de los países emergentes de crear un fondo de 30.000 millones de dólares fue vetada, principalmente por Estados Unidos.

Pero en la reunión del Grupo de los 20 (G-20) países ricos y emergentes, celebrada casi en simultáneo en México, se aprobó un aporte de 456.000 millones de dólares para el Fondo Monetario Internacional, de los cuales 75.000 millones fueron ofrecidos por los emergentes BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), en una clara señal de que la prioridad es "salvar a los bancos", se quejaron los activistas.

Ante esa complejidad de los problemas mundiales son inocuas las manifestaciones tautológicas de que necesitamos nuevos paradigmas de consumo. Hay medidas de evidente eficacia, como la eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles, que sumaban 409.000 millones de dólares el año pasado, según la Agencia Internacional de Energía.

La tendencia es a aumentar a 660.000 millones en 2020. ¿Por qué no se consigue siquiera reducir ese incentivo a la destrucción de la vida, como sí se logró en relación al tabaco?

Otra acción de resultados significativos, tanto ambientales como sociales y de salud, es distribuir eficientes hornos a leña, ya desarrollados, o incluso sustituir ese combustible ya usado por 3.000 millones de personas en el mundo.

Al "pueblo organizado", dividido en entidades no gubernamentales, sindicatos, movimientos sociales y entidades variadas con sus objetivos específicos, le falta una estrategia común para convertir en políticas públicas las experiencias eficientes en el área socioambiental e influir en las decisiones nacionales y mundiales determinantes para el destino de la humanidad.

Los caminos para una eficacia política, desaprobada o descartada por la vía partidaria, deberían aparentemente merecer una mayor reflexión de parte de los militantes.

Mario Osava
IPS noticias

martes, 26 de junio de 2012

Suicidio climático

Las implicaciones del cambio climático son mucho más que sólo climáticas. Propician, o debieran hacerlo, un cambio en la mentalidad occidental, que siendo la que domina el planeta, impone en las periferias su verdad única: la ganancia. Hoy todos enfrentamos las consecuencias, incluso los poderes causantes del trastorno ambiental. Y no obstante, ellos siguen perdiendo el tiempo, como si quedara mucho antes del previsible incremento de catástrofes. Su inercia (¿la nuestra?), que se antoja estúpida, garantiza la parálisis más allá de sus inútiles cumbres.
 
Durante siglos, las civilizaciones humanas consideraron natural la esclavitud. Ahora existe la conciencia universal de que tener esclavos es inhumano; no quita que existan más que nunca, pero sabemos que esclavizar es una maldad, no derecho natural de nadie. Ese es un cambio de mentalidad, como el que ahora pugna por prevalecer respecto del clima y sus precipitados cambios, no sólo por imperativos morales, sino los más urgentes de sobrevivencia.

No debiera extrañarnos que los beneficiarios de una depredación que ya desequilibró a la naturaleza en su conjunto habiten en naciones capaces de conservar reyes y princesas (salvo el excepcionalismo de Estados Unidos, su producto más acabado). Para colmo, su tiranía económica monopoliza lo que democracia significa, aunque las metrópolis se enfrasquen en discusiones, que bien merecen llamarse bizantinas, sobre los fenómenos que transforman aceleradamente la vida como la conocemos los humanos, y el resto de animales y plantas.

Ciertamente se desarrolla un pensamiento crítico, no sabemos si de suficiente contrapeso. Los lectores de La Jornada estamos familiarizados con las corrientes alternativas gracias a las persistentes colaboraciones de Silvia Ribeiro, Iván Restrepo y la información de reporteros como Angélica Enciso. Pero los que invierten, deciden, imponen, lucran y mandan, piensan de otro modo. Y no por irracionales. Manipulan diversos racionalismos con el fin de mantener el control, y convencen a sus propias sociedades avanzadas de que no queda más remedio que seguir así, aún a costa de ciertas libertades democráticas (que serían suspendidas temporalmente). Los irracionales somos los otros, los de pensamiento mágico, populismo, atraso, dogmatismo ideológico.

En buena parte de América Latina, vastas poblaciones indígenas y campesinas tratan de vivir diferente. Pero los gobiernos periféricos –el de México es un superlativo ejemplo– sólo obedecen las líneas de arriba (y se llevan su tajadita). No reflexionan por sí mismos, repiten la voz del amo, que a su vez alquila medios, investigadores y legisladores para darse la razón. Si el cuento es rentar carbono, pues como los loros, y que nos paguen por indultar unos cuántos arbolitos en la Lacandona mientras por allá enmierdan (y por acá salpican) el aire, el suelo y el agua con su nunca limpio mercado.

La agricultura indígena y campesina, según La Vía Campesina, es la solución que puede enfriar el planeta, pues tiene la capacidad de absorber o prevenir hasta dos tercios de los gases de efecto invernadero que se emiten cada año. Con un mínimo impacto ambiental, estos pueblos producen la mitad de los alimentos del mundo, y sin embargo ocupan sólo 20 por ciento de las tierras agrícolas o cultivables a escala mundial. Sin embargo, todo apunta a desaparecerlos.

La inflexión climática es un desafío mayor. No es cosa de salvar unos osos polares que de cuándo acá nos han importado. Malcolm Bull, autor del polémico Anti-Nietzche (Verso, 2011) apunta en London Review of Books (24 de mayo): La ética climática no es moralidad aplicada, sino moralidad descubierta, un capítulo nuevo en la educación moral de la humanidad. Siguiendo la pista de Stephen Gardiner en La tormenta moral perfecta: la tragedia ética del cambio climático (Oxford, 2001), el filósofo británico reseña con irritante racionalismo las otras explicaciones científicas del inevitable cambio atmosférico, aquellas que eximen al poder humano. Nos recuerda también que en la lógica occidental moderna el mundo pertenece a la generación presente. Las siguientes, que se jodan. El pasado (la Historia) fue generoso (con las oligarquías). El presente lo es. ¿Para qué moverle? El futuro era un invento leninista, y ya ven cómo acabó.

Para Bull, las ciencias climáticas abonan una nueva conciencia de que nuestras acciones se revierten amplificadas y nos obligan a establecer una conexión moral con sus consecuencias. Nada que no supieran ya los pueblos indígenas: la Tierra no nos pertenece, la tenemos de encargo para los que vienen. El capitalismo piensa al revés: la Tierra es mía, la compro, vendo, perforo, pavimento o enveneno para sacarle jugo. El cambio climático augura nuevas ganancias. Ya lo describía Naomi Klein en La doctrina del shock. Aún con el planeta en riesgo real, los desastres son negocio para alguien más, si lo seguimos permitiendo.

Hermann Bellinghausen
La Jornada

domingo, 24 de junio de 2012

Las cumbres y los derechos humanos

Dos cumbres mundiales en el lapso de una semana: la llamada cumbre de líderes del Grupo de los Veinte (G-20), efectuada del 18 al 19 de junio en Los Cabos, Baja California, y la Cumbre de la Tierra 2012 (Río +20), el 20 y 22 de junio en Río de Janeiro, Brasil, nos plantean enormes retos para la reflexión y la acción desde el enfoque de derechos humanos. Para quienes promovemos y defendemos los derechos civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales, es inaceptable que se discutan y tomen decisiones globales sobre las crisis que padecemos, el crecimiento económico que necesitamos y el desarrollo sustentable que nos urge, al margen de los derechos de personas, pueblos y comunidades.
 
La estabilidad financiera que se privilegia en el G-20 no es suficiente. Es fundamental modificar el rumbo de la economía productiva, y ponerla al servicio del empleo decente, la inclusión, la cohesión social y el desarrollo reconocido como un derecho. En otras palabras, abandonar el modelo que en 30 años ha mostrado su ineficacia. El Informe Social Watch 2012, Desarrollo sustentable: el derecho a un futuro, cuyo lanzamiento mundial se llevó a cabo precisamente en Río de Janeiro esta semana, afirma: Se necesita un cambio radical de este sistema económico que sigue produciendo marcadas desigualdades económicas y sociales en todo el mundo.

Además, es decisivo introducir mecanismos de regulación y control gestionados democráticamente, capaces de fomentar y proteger los derechos humanos en lugar de los privilegios de las empresas (p. 28). En el capítulo sobre México –coordinado por Equipo Pueblo, punto focal de Social Watch en nuestro país, y la coalición de organizaciones civiles mexicanas Espacio DESC–, el informe subraya el camino insustentable por el que transitamos, con megaproyectos de diversa índole y políticas ambiental y socialmente irresponsables, ajenas a un enfoque integral de derechos humanos (pp. 142 y 143).

Las cumbres G-20 y Río +20 no cuestionaron el modelo de desarrollo actual. Tampoco las políticas, programas y proyectos implementados en ese marco. No abordaron por tanto las causas estructurales de los problemas que enfrentamos las sociedades y el planeta entero. Por el contrario, como lo alertaron cientos de organizaciones civiles, sociales y redes, en las cumbres de los Pueblos que se desarrollaron previa y paralelamente a los eventos oficiales de Los Cabos y Río, los gobiernos no sólo reivindicaron el modelo, sino que delinearon medidas que incrementarán el poder del capital trasnacional y especulativo, a costa de la naturaleza y de los derechos de los pueblos.

Al respecto, la Red Nuestro Mundo no está en Venta (OWINFS, por sus siglas en inglés) dio a conocer también esta semana un llamado a proteger los bienes comunes, ¡no los bancos!, en el que señala que ambas cumbres refuerzan un modelo de desarrollo basado en la privatización de los bienes comunes, el parasitismo financiero sobre la economía real y la profundización del esquema de libre comercio e inversiones. Pese a las enormes diferencias de legitimidad, por ser la del G-20 un espacio informal, y la de Río +20 una reunión de las Naciones Unidas, las dos cumbres fueron vistas como espacios para legitimar el creciente control corporativo sobre los bienes comunes, particularmente en lo tocante al tema del llamado crecimiento o economía verde. Sólo el discurso y el escenario de Los Cabos fueron verdes. En la declaración final de la Cumbre de los Pueblos contra el G-20, impulsada por la Coalición Mexicana y Sudcaliforniana, y por otras organizaciones sociales, movimientos y redes de alrededor de 30 países, se denuncia que el G-20 muestra la alianza entre las elites tecnocráticas/políticas globales con el poder corporativo multinacional.

Una alianza en la que los estados, convertidos en guardianes de la competencia comercial y de los derechos de los inversionistas, olvidan su papel de garantes de derechos de la ciudadanía y de las comunidades. La declaración equipara esta alianza con una especie de privatización del Estado, en el que las corporaciones mundiales toman decisiones que nos afectan a todas y todos. Y denuncia que ante la lucha de los pueblos por sus derechos, la respuesta es la criminalización de la protesta social. Acerca de esto, podríamos dar numerosos ejemplos de cómo en México y otros países, las personas y comunidades –que exigen ser informadas y consultadas sobre la implementación de determinadas políticas y proyectos; defienden a la naturaleza y las comunidades del despojo, la sobrexplotación y la destrucción, y se oponen y resisten frente a la imposición de megaproyectos con alto costo ambiental y social– son finalmente hostigadas, reprimidas, criminalizadas, desaparecidas e incluso asesinadas.

Por eso y más, en el referido informe de Social Watch se insiste en que corresponde al Estado ser el principal impulsor de la sustentabilidad, fomentando una amplia alianza con la sociedad civil y el mundo de los negocios, para promover con decisión un modelo de desarrollo viable. Por ello resulta tan importante continuar enlazando los procesos, las luchas y las alternativas compartidas desde la sociedad civil esta semana en las Cumbres de los Pueblos de México y Brasil, en las que la demanda ha sido clara y unánime: la crisis multidimensional y global que vivimos exige un cambio profundo, un cambio de modelo, de sistema, que no puede ser solamente económico. Debe trascender a las formas de pensar y actuar, a nuestro modo de convivir entre las personas y con la naturaleza.

Miguel Concha
La Jornada

miércoles, 20 de junio de 2012

Río+20: para rescatar el neoliberalismo

El mundo no sólo enfrenta el reto de una crisis global que gana fuerzas cada día, con su secuela de desempleo y su promesa de estancamiento a largo plazo. También se le opone un proceso de deterioro ambiental sin paralelo. Extinción masiva de especies, erosión de suelos y cambio climático son ejemplos de esta degradación ambiental provocada por la actividad humana.

Cualquier persona esperaría que las causas profundas de estos problemas serían abordadas con rigor en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable (mejor conocida como Río+20). La conferencia depende de todo el sistema de Naciones Unidas, pero la voz cantante la lleva el Programa de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente (PNUMA) a través de su propuesta de crear una economía verde.

La noción de economía verde ha sido objeto de una fuerte polémica desde que surgió esta iniciativa del PNUMA. Se le ha definido como una economía en la que hay crecimiento con equidad social, bajas emisiones de carbono y mayor eficiencia en el uso de los recursos naturales. Según el PNUMA, si se invierte una suma equivalente al 2% del PIB mundial en diez sectores de la economía, se puede asegurar la transición a una economía verde.

Aquí comienzan los problemas. En los documentos oficiales del PNUMA para la conferencia de Río+20 no se encuentra un capítulo que haga referencia a la crisis que hoy azota la economía mundial. No se analizan sus orígenes o su naturaleza, y tampoco se consideran los efectos de las políticas macroeconómicas con las que se ha buscado hacerle frente. Tal pareciera que nada de esto tiene implicaciones para los esfuerzos en alcanzar la dichosa economía verde.

Esta no es una omisión inocente. Al ignorar la crisis, que es en esencia un fenómeno macroeconómico, se evade de manera conveniente la discusión sobre las contradicciones internas del modelo neoliberal. Así se eluden temas como la caída en el poder adquisitivo de los salarios, el endeudamiento de los hogares, la expansión y opacidad del sector financiero. Con esto se guarda en un cajón el tema de la inestabilidad de las economías capitalistas.

Lo único que queda es una serie de sectores aislados en donde los problemas pueden ser cómodamente tratados como fallas de mercado. Aquí entra la economía ambiental de corte neoclásico al rescate. Su mensaje es sencillo: lo que se necesita es colocar un precio a todo lo que llamamos medio ambiente y crear nuevos mercados (como el de bonos de carbono).

Y ¿la reducción de la pobreza en la economía verde? La realidad es que no hay ningún mecanismo en la concepción del PNUMA sobre la economía verde que permita pensar en esta reducción de la pobreza. No se analiza el tema de los salarios. Qué raro, ¿verdad? Lo único que dicen los documentos de este organismo es que si se invierte en el capital natural que es el soporte de la agricultura, las pesquerías y los bosques, los pobres que dependen de estos sectores se verán beneficiados. Ésta es, desde luego, una afirmación aventurada. Si se hace abstracción de la estructura económica en estos sectores es difícil sostener la idea de que nuevas inversiones tendrán, por sí solas, el efecto deseado.

¿De dónde vendrán las inversiones para la transición a la economía verde? El PNUMA responde: del sector financiero. Poco importa que el mundo de los bancos de inversión, de las casas de bolsa, de los vehículos de inversión estructurada y de las empresas calificadoras haya sido el epicentro de la crisis global. Tampoco es relevante el que los mercados financieros sean esencialmente inestables y volátiles. Para el PNUMA lo que interesa es mantener a la política económica subordinada a los dictados del capital financiero.

Un defecto clave de la iniciativa del PNUMA se relaciona con el modelo matemático utilizado para simular la transición a la economía verde. Es ya una práctica común en este tipo de aventuras utilizar modelos matemáticos que supuestamente proporcionan números duros para justificar un proyecto y vestirlo de un manto de rigor analítico. En este caso son muchas las limitaciones del modelo utilizado, pero una salta a la vista: no se necesita ser experto para observar que en dicho modelo no hay lugar para el sector financiero. Esto es sorprendente para cualquier observador, pero los economistas están acostumbrados a este tipo de aberraciones.

Aquí la contradicción del PNUMA es chocante. Por una parte no tiene empacho en afirmar que las inversiones para alcanzar la economía verde provendrán del sector financiero. Por la otra, el modelo matemático para imprimir rigor y sustentar sus afirmaciones, no puede incorporar al sector financiero. Caray, como dijo Marcelo en el Hamlet, algo está podrido en Dinamarca.

Con su iniciativa de la economía verde los funcionarios responsables del PNUMA han defraudado a los pueblos del mundo. En la conferencia de Río sobre desarrollo sustentable no es la salvación del mundo la prioridad. Lo que se busca es rescatar al modelo neoliberal.

Alejandro Nadal
La Jornada

domingo, 17 de junio de 2012

Economía verde frente a economía solidaria

El documento cero de la ONU para la Río +20 todavía es rehén del viejo paradigma de la dominación de la naturaleza para extraer de ella los mayores beneficios posibles para los negocios y para el mercado. A través de él y en él el ser humano busca sus medios de vida y subsistencia. La economía verde radicaliza esta tendencia, pues como escribió el diplomático y ecologista boliviano Pablo Solón «ella busca no sólo mercantilizar la madera de la selva sino también su capacidad de absorción de dióxido de carbono». Todo esto puede transformarse en bonos negociables por el mercado y por los bancos. De esta manera el texto se revela definitivamente antropocéntrico, como si todo se destinase al uso exclusivo de los humanos y la Tierra los hubiese creado solo a ellos y no a otros seres vivos que exigen también la sostenibilidad de las condiciones ecológicas para su permanencia en este planeta.

En resumen: "El futuro que queremos", lema central del documento de la ONU, no es otra cosa que la prolongación del presente. Éste se presenta amenazador y niega un futuro de esperanza. En un contexto como este, no avanzar es retroceder y cerrar las puertas a lo nuevo.

Hay además un agravante: todo el texto gira en torno a la economía. La pintemos de verde o de marrón, ella guarda siempre su lógica interna que se formula en esta pregunta: ¿cuánto puedo ganar en el menor tiempo, con la menor inversión posible, manteniendo una fuerte competitividad? No seamos ingenuos: el negocio de la economía vigente es el negocio. Ella no propone una nueva relación con la naturaleza sintiéndose parte de ella y responsable de su vitalidad e integridad. Muy al contrario, le hace una guerra total como denuncia el filósofo de la ecología Michel Serres. En esta guerra no tenemos ninguna posibilidad de vencer. Ella ignora nuestros intentos, sigue su curso incluso sin nuestra presencia. Tarea de la inteligencia es descifrar lo que ella nos quiere decir (por los eventos extremos, por los tsunamis, etc), defendernos de los efectos perjudiciales y poner sus energías a nuestro favor. Ella nos ofrece informaciones pero no nos dicta comportamientos. Estos debemos inventarlos nosotros mismos. Solamente serán buenos si están en conformidad con sus ritmos y ciclos.

Como alternativa a esta economía de devastación, si queremos tener futuro, necesitamos oponerle otro paradigma de economía de preservación, conservación y sostenimiento de toda la vida. Necesitamos producir, sí, pero a partir de los bienes y servicios que la naturaleza nos ofrece gratuitamente, respetando el alcance y los límites de cada biorregión, distribuyendo con equidad los frutos alcanzados, pensando en los derechos de las generaciones futuras y en los demás seres de la comunidad de vida. Ella adquiere hoy cuerpo a través de la economía biocentrada, solidaria, agroecológica, familiar y orgánica. En ella cada comunidad busca garantizar su soberanía alimentaria: Produce lo que consume, articulando a productores y consumidores en una verdadera democracia alimentaria.

La Río 92 consagró el concepto antropocéntrico y reduccionista de desarrollo sostenible, elaborado por el informe Brundland de 1987 de la ONU. Se transformó en un dogma profesado por los documentos oficiales, por los estados y empresas sin ser nunca sometido a una crítica seria. Secuestró la sostenibilidad sólo para su campo y así distorsionó las relaciones con la naturaleza. Los desastres que causaba en ella eran vistos como externalidades que no cabía considerar. Pero ocurre que estos se volvieron amenazadores, capaces de destruir las bases fisicoquímicas que sustentan la vida humana y gran parte de la biosfera. Esto no ha sido superado por la economía verde. Esta configura una trampa de los países ricos, especialmente de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) que produjo el texto teórico del PNUMA, Iniciativa de la Economía Verde. Con esto descartan astutamente la discusión sobre la sostenibilidad, la justicia social y psicológica, el calentamiento global, el modelo económico fracasado y el cambio de punto de vista, una mirada distinta sobre el planeta que pueda proyectar un futuro real para la humanidad y para la Tierra.

Junto con la Río +20 sería muy positivo rescatar también la Estocolmo+40. En esta primera conferencia mundial de la ONU realizada del 5 al 15 julio de 1972 en Estocolmo (Suecia) sobre el Ambiente humano, el foco central no era el desarrollo sino el cuidado y la responsabilidad colectiva por todo lo que nos rodea y que está en acelerado proceso de degradación, afectando a todos y especialmente a los países pobres. Era una perspectiva humanística y generosa, que se perdió con la carpeta cerrada del desarrollo sostenible y, ahora, con la economía verde.

Leonardo Boff es Teólogo/Filósofo, autor de “Sustentabilidade: o que é e o que não é”, Vozes 2012.
Fuente: http://servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=492 
Alainet

¿Balcanización del insulso G-20 en Los Cabos?

Los cronogramas electorales de dos superpotencias geoestratégicas (EU y China) y la grave crisis de la eurozona infectaron la agenda del G-20 en Los Cabos.
 
Con una elección incierta, Obama está paralizado y no puede tomar decisiones contundentes en el G-20, que padece acefalía y cuando el mismo anfitrión carece de liderazgo mundial, ya no se diga regional y local.

Para Hu Jintao, el saliente presidente chino, la cumbre será un trámite y le corresponderá a su sucesor ungido (Xi Jinping) adoptar decisiones pertinentes en la próxima cumbre del G-20, el año entrante en Moscú, que marcarán su rumbo. China no salvará de su grave crisis financiera a EU ni a la Unión Europea a los dos lados del noratlántico. De las tres superpotencias geoestratégicas, el único que llega con las manos sueltas es el presidente ruso, Vlady Putin.

Francia ha definido su nueva orientación con el socialista François Hollande y su atractivo nuevo apotegma de crecimiento sin austeridad, mientras la canciller alemana, Angela Merkel, intenta contra viento y marea mantener la disciplina fiscal con austeridad, de lo cual hasta Obama se ha apartado.

El G-20 es un heteróclito conglomerado economicista de los primeros 20 PIB del mundo, con flagrantes excepciones –Irán y España–, quien conjuga tanto al G-7, de capa caída y con enormes deudas, como a los BRICS, con elevados ahorros y poca deuda. En términos geopolíticos, el G-20 sería un G-12 fracturado (G-7 más cinco BRICS), sumado de sus aliados periféricos. Sólo tres países de Latinoamérica pertenecen al grupo: Brasil, México (el anfitrión) y Argentina.

La postura violentamente hostil de Calderón –quien, al parecer, deseaba ser director de Repsol– a la nacionalización de la depredadora petrolera española por Argentina ha exhibido la sumisión del país anfitrión a EU, al unísono de su abierto antagonismo a los BRICS. La sombra de las fracturas persigue a Calderón por doquier.

La anatomía del G-20 expone fracturas múltiples: entre el G-7 y los BRICS –cuyos intereses colisionan en Siria e Irán–, así como entre Sudamérica (Argentina y Brasil) y el México calderonista dócil a España y EU.

Los multimedia occidentales son muy escépticos de los alcances de la cumbre, cuya aplazada agenda multilateral sería eclipsada por la grave eurocrisis cuando la canciller Merkel sufrirá fuertes presiones de EU, Gran Bretaña (GB) y el flamante liderazgo socialista francés. El abordaje de la eurocrisis, aunque relevantemente conectado al resto del planeta, es un tema meramente eurocéntrico, pese a que ya se haya conocido el veredicto griego sobre el dra(ch)ma de su destino.

No existe cohesión en la eurozona y Merkel fustigó el desempeño económico de Francia en una insólita guerra verbal con Hollande (Reuters/Global Times, 16/6/12). El gobierno francés ha desmentido la creación de un frente común con Italia y España contra Alemania, pero lo que más ha irritado a Merkel ha sido la reunión de Hollande con la oposición alemana de centroizquierda, más acorde con la filosofía de crecimiento sin austeridad.

China ha sido alertada de la posible salida de Grecia del euro (ChinaDaily, 15/6/12). El G-20 se halla en estado catatónico, en caso menor, o corre a su fatídica balcanización, en el peor caso.

A mi juicio, lo más relevante será la bilateralidad de los encuentros cupulares al margen de la cumbre multilateral: Obama-Putin y Obama-Hu Jintao.

Xinhua (15/6/12) revela que Vlady Putin se reunirá con Obama: La primera reunión desde el retorno de Putin al Kremlin, el mes pasado, cuando ambos posiblemente (sic) firmarán documentos importantes (sic).

Por cierto, The Economist (16/6/12), que padece Putin-fobia, además de portavoz de los globalistas neoliberales”, despotrica contra el encuentro de Obama y Putin. ¿Desean una guerra mundial dizque para salvar sus finanzas? La reunión Obama-Putin constituirá la parte transcendental de la insulsa cumbre multilateral. Pese a la severa colisión entre Rusia y EU sobre el conflicto interno sirio, el contencioso nuclear iraní y el despliegue del escudo misilístico de EU en las fronteras rusas, no es improbable que EU y Rusia delimiten sus respectivas esferas de influencia en el gran Medio Oriente.

Hoy la OTAN (de la que forma parte el G-7, salvo Japón) y el Grupo de Shanghai batallan por redefinir sus nuevas fronteras medio-orientales (ver Bajo la Lupa, 10/6/12).

Alemania está a la defensiva ante la presión de EU y, según Xinhua, desea que la cumbre vaya más allá de la deuda de la eurozona y se aboque a la recuperación y crecimiento en la economía global que incluya mejorar el lamentable (sic) estatuto financiero de EU, quien desea imponer el tema de la eurocrisis de manera avasallante –quizá para evitar que EU sea puesto en la picota por incumplimiento de la reforma financiera global (la postura rusa) de la previa cumbre de Cannes.

La presidenta brasileña Dilma Rousseff advirtió que el mundo no espere que las economías emergentes solas (¡supersic!) resuelvan la crisis global. A ver si convence a Calderón.

Uno de los arquitectos del modelo G-20, el ex premier británico Gordon Brown, arguye que la crisis europea no es más una crisis europea, sino que es la crisis de todos (Reuters, 15/6/12) y opina que si el G-20 no consigue coordinar un plan de acción global concertado de inmediato, nos enfrentamos a una desaceleración global que tendrá un profundo (sic) impacto en la elección presidencial de EU y aun en la transición de China a un nuevo liderazgo. Concluye que es la última oportunidad.

Es probable que una crisis global perjudique la relección de Obama, pero suena exagerado que afecte la transición china, a menos que la pérfida Albión tenga escondida su carta de turbulencias. Brown considera que los participantes en el G-20 no deben dejar México sin un acuerdo para apoyar un gran rescate a Europa para frenar el contagio.

El dramatismo del ex premier es más acorde con la delicada situación de GB, cuando en su semiótica desconstructivista quizá salvar al mundo (sic) equivalga a salvar a GB.

Por cierto, el primer ministro británico, David Cameron, llega infectado por sus obscenos nexos con el oligopolio pestilente Murdoch (Bajo la Lupa, 24 y 27/07/11) y anda tan desconcentrado que hasta olvidó a su hija de ocho años en una cantina.

La insolvente anglósfera dramatiza. James Haley, director del programa de economía global de CIGI (think tank de Canadá), abulta que los desafíos a corto plazo del G-20 son enormes: preservar el sistema del comercio internacional y de pagos (¡super sic!) de los últimos 65 años. ¿Tan trágico?

No pudo ocurrir peor momento y lugar para el G-20: un día después de la elección en Grecia, con un Obama catatónico y un saliente anfitrión impotente. ¿Qué decisiones se pueden tomar con tanta catatonia y fractura en el G-20?

China Daily (16/6/12) resume la cumbre: apagar las llamas de la economía global. El problema es que varios del G-20 son más piromaniacos (you know whom) que bomberos.

Alfredo Jalife-Rahme
La Jornada

sábado, 16 de junio de 2012

Cumbres verdes: hipotecando el futuro

Del 20 al 22 de junio se reúne en Río de Janeiro la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable (Río+20) a veinte años de la primera conferencia global sobre desarrollo y medio ambiente.
 
La situación ambiental es  mucho peor que entonces, pero no es el tema principal: al centro de la polémica está la llamada economía verde, el intento de someter al mercado toda la naturaleza y sus ciclos vitales. Sus promotores la presentan como una oportunidad de ganar-ganar frente a las crisis, incentivando mercados financieros con la naturaleza (mercados de carbono, servicios ambientales) y la aplicación de nuevas tecnologías (nanotecnología, biotecnología, geoingeniería y otras de alto riesgo) para crear nuevas fuentes de negocios para las empresas en problemas, supuestamente atendiendo al mismo tiempo problemas ambientales. A todo lo que tiene base biológica, le llaman solución verde, aunque sea como los agrocombustibles, que usan más petróleo que el que dicen sustituir y son causa principal del elevado precio de los alimentos.

Como explican los organizadores de la Cumbre de los Pueblos por Justicia Social y Ambiental (Rio de Janeiro, 15-23 de junio), Nada en la economía verde cuestiona o sustituye a la economía basada en el extractivismo y los combustibles fósiles, ni sus patrones de consumo y producción industrial, sino que extiende la economía explotadora de la gente y el ambiente a nuevos ámbitos, alimentado el mito de un crecimiento económico infinito

Sobre este destructivo mito se reúne también el 18-19 de junio en México el G-20, un grupo auto-convocado de países poderosos del planeta, donde a propuesta de México el  crecimiento verde  es punto central de la agenda. Desde allí lanzarán lo que opinan debe ser el resultado de Río+20, esa sí convocada por Naciones Unidas y a la que asistirán 140 jefes de estado.

Es pasmoso que ante la gravedad de las crisis globales, ambientales, económicas, alimentarias, la Río+20, en negociación hace dos años, no haya entregado  un diagnóstico claro y certero de las crisis ni puesto sobre la mesa soluciones verdaderas. El documento base sigue a pocos días de la Cumbre con muchos temas sin acuerdo. Sin embargo, que el documento esté trancado no es negativo. Es grave por la inacción frente a problemas serios, pero significa también que las intenciones de algunos gobiernos (todos integrantes del G-20), de posicionar la economía verde como panacea para todos los males, ha encontrado trabas.

Mayoritariamente los países del G-77 (132 países de África, Asia y América Latina, menos México que no forma parte) han tratado de acotar las propuestas de economía verde. Pero el concepto, aunque vago, saldrá seguramente como el logro principal de la Cumbre. La ambigüedad en la definición será interpretada como convenga a cada gobierno y sobre todo, a las instituciones financieras multilaterales que son quienes han respaldado con fondos públicos las inversiones de riesgo en nuevos mercados con la naturaleza (para consolidarlos y que luego las empresas puedan invertir con seguridad).

Si bien la resistencia del G-77 en Naciones Unidas es significativa, la vasta mayoría de los países del Sur, particularmente el anfitrión Brasil, comparten un modelo de desarrollo y crecimiento dentro del capitalismo y ven la economía verde como posible negocio. Algunos plantean que sea con más atención a aspectos sociales y a la inequidad global. Otros rechazan la economía verde porque creen será una nueva fuente de condicionalidades. Los países del Norte, pese a sus crisis, presionan para que todo sea a favor de sus trasnacionales. Para lograrlo, en la negociación han amenazado derechos ya establecidos en ONU, como el derecho a la alimentación, al agua, a la información, los derechos de comunidades locales y pueblos indígenas, la equidad de género.

El tema de la economía verde no comenzó con Río+20. Por ejemplo, la conferencia sobre cambio climático en Cancún en 2010 fue devastadora al institucionalizar programas como REDD, que mercantilizan el aire de los bosques y arrasan con los derechos de las comunidades. Pero Río+20 pretende además sentar un marco global y en todos los temas, que promueva la economía verde. Es una trampa discursiva importante, porque suena positivo cuando en realidad es lo contrario.

Es un frente que necesitamos entender y disputar. Para ello se instaló la Cumbre de los Pueblos por justicia social y ambiental, contra la mercantilización de la vida y la naturaleza y por la defensa de los bienes comunes. No fue fácil la convergencia de 40 grandes redes de movimientos sociales y pueblos brasileños (campesinos, trabajadores, mujeres, ambientalistas, comunidades negras, indígenas, derechos humanos y otros) y más de 35 redes internacionales. Se esperan decenas de miles de personas de la región y participación significativa del resto del planeta. Habrá más de 1000 actividades sobre diversos temas, reminiscente del Foro Social Mundial. A diferencia de éste, habrá plenarias temáticas sobre diagnóstico y propuestas, así como de estrategias comunes hacia el futuro. Es grande el desafío de confrontar y debatir en estas dimensiones y desde tanta diversidad, pero también avizora una  nueva etapa de convergencia de los movimientos sociales. Seguramente el mayor valor del encuentro no será lo que sucede en Río, sino en qué grado alimenta la resistencia y propuestas locales por todo el mundo.

Lo que no tiene duda es que la  economía verde y sus falsas soluciones están siendo enérgicamente contestadas desde los movimientos. Es apenas el comienzo.

Silvia Ribeiro
*Investigadora del Grupo ETC
La Jornada

jueves, 14 de junio de 2012

Río+20 declara la guerra a la "economía verde" porque fortalece a corporaciones

Río de Janeiro, Brasil., 13 de junio. La principal cita paralela a la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible (Río+20) comienza este viernes con una virtual declaración de guerra a la idea de crear una economía verde, la más importante de la cumbre oficial, que se realizará del 20 al 22 de junio en Brasil.
 
En realidad, es una forma de hacer avanzar el poder de las grandes corporaciones sobre la naturaleza, sostuvo Fátima Mello, una de las coordinadoras de la cita, que reunirá hasta la semana próxima, en el gigantesco parque Aterro do Flamengo, en Río de Janeiro, a unos 30 mil militantes ambientalistas y de organizaciones sociales de todo el mundo.

Este debate de Río+20 no está preocupado por los problemas ambientales y sociales, sino por una nueva forma de rearticulación del capital, pautada por las grandes corporaciones para recuperarse de la fragilidad prevaleciente desde la crisis de 2008, expresó el dirigente de Vía Campesina, Marcelo Durão.

Los críticos de Río+20 rechazan, por ejemplo, la creación de mercados de bienes ambientales, como biodiversidad, agua y carbono, lo que atribuyen a una creciente influencia de los intereses de las grandes corporaciones en los mecanismos gubernamentales de toma de decisiones.

Las corporaciones han avanzado sobre convenciones, regímenes internacionales. Queremos una ONU para los pueblos, y no para las corporaciones, expresó Mello. Además, rechazan nuevas tecnologías de producción de alimentos, como el cultivo de productos transgénicos, el uso de agrotóxicos, la biología sintética y la geoingeniería.

Como alternativa, la Cumbre de los Pueblos exhibirá, del 15 al 23 de junio, centenares de proyectos sostenibles en las áreas de agroecología y economía solidaria, en una muestra bautizada como Territorios del Futuro. Será una muestra de las soluciones prácticas de los pueblos y de lo que queremos para el mundo, expresó Mello.

Los debates durante la cita estarán concentrados en cinco temas principales: justicia social y ambiental, bienes comunes, soberanía alimentaria, energía y trabajo.

El 20 de junio, cuando se inaugura Río+20, habrá una gran marcha en la zona céntrica de Río, donde se reunirán los jefes de Estado y de gobierno.

Del 16 al 19 de junio, grupos de facilitadores seleccionarán tres propuestas para cada uno de los diez temas de la conferencia –combate a la pobreza, agua, océanos, seguridad alimentaria, modelos sostenibles de producción y consumo, energía renovable, desempleo, migraciones y trabajo decente, forestas y desarrollo sostenible para enfrentar a la crisis financiera– que serán presentadas a los gobernantes por representantes de la sociedad civil, científicos, ambientalistas y por cualquier persona que desee presentar una idea a través del portal de Internet riodialogues.org.

DPA
La Jornada

miércoles, 6 de junio de 2012

Recuperación y crisis: la falsificación histórica

En los años 80 comenzó a cristalizar una visión estridente y casi unánime sobre las virtudes de un capitalismo sin restricciones. El argumento central en esta perspectiva era que el mercado capitalista permitiría salir del estancamiento en que había caído la economía mundial en los años 70. Había que restarle facultades al Estado y recortar su tamaño para liberar las fuerzas del mercado capitalista. Aún hoy, en medio de una crisis global, esta enorme falsificación histórica sigue confundiendo a muchos.
 
La corrupción de la historia ha sido, desde tiempos inmemoriales un instrumento de dominación y control. En la globalización neoliberal la propaganda oficial alcanzó un alto grado de eficacia difundiendo la idea de que el ciclo de negocios y la inestabilidad del capitalismo eran cosas del pasado. La realidad era otra: el sistema capitalista mundial ha venido hundiéndose cada vez más en sus contradicciones. La primera evidencia está en la disminución de la tasa de crecimiento en todas las economías y regiones del mundo a partir de 1973 (con la excepción de los países asiáticos que mantuvieron la rectoría del Estado sobre la economía).

¿Por qué se redujo la tasa de crecimiento a partir de 1973? La respuesta pasa por la evolución de la tasa de inversión. La formación de capital fijo no residencial en los países de la OCDE presenta una trayectoria declinante y pasa de 5.7 por ciento entre 1950-1973 a sólo 2.4 por ciento entre 1973-2005.

Entre los factores que explican esta evolución de la tasa de inversión se encuentra la saturación de mercados. A partir de los años 70, en los países de capitalismo desarrollado la demanda de bienes de consumo duradero (automóviles, electrodomésticos) se reduce a una demanda de simple reposición. Desaparece el dinamismo que había en la posguerra cuando nuevas capas sociales tuvieron su primer acceso al consumo de estas mercancías. A partir de los años 70 la demanda de bienes de consumo duradero y no duradero (alimentación, vestido) estuvo gobernada por el crecimiento de la población.

En otras palabras, durante lo que se ha dado en llamar la época dorada del capitalismo (1950-1973) el motor del crecimiento fue una demanda insatisfecha que era insostenible y, en todo caso, excepcional. Una parte de esa demanda provino de la reconstrucción en Europa y Japón. La demanda reprimida por la depresión de los años 30 y por los rigores de la segunda guerra también jugó un papel importante.

Otro factor clave en esos años de rápido crecimiento fue la política macroeconómica de manejo de la demanda agregada para atenuar los efectos de los ciclos de negocios. Pero en los años 70, cuando se saturaron los mercados, este enfoque macroeconómico resultó insuficiente para mantener la demanda. El resultado fue la recesión con inflación de los años 1974-76, la primera contracción del PIB desde el fin de la segunda guerra mundial.

Esto marcó el retorno de la ortodoxia en materia de política monetaria y fiscal, con su reclamo prioritario de achicar al Estado. En los hechos, mientras se mantenía la retórica de un rechazo a la intervención del Estado en la vida económica (que supuestamente era la marca del keynesianismo) nunca se eliminó el apoyo y protección al sector privado en su búsqueda de espacios para preservar o aumentar la tasa de rentabilidad.

Como hemos señalado, en los decenios de la globalización neoliberal la tasa de expansión económica nunca recuperó los niveles de los ‘años dorados’. En un entorno de semi-estancamiento, la globalización también condujo a patrones de sobre-inversión en casi todas las ramas de la industria. A escala mundial hoy existe exceso de capacidad de producción en la industria automotriz, siderúrgica, de vidrio, aluminio, cemento, barcos, químicos inorgánicos, plásticos, fibras sintéticas, electrodomésticos, aviones y telecomunicaciones. En automóviles, por ejemplo, existe en el mundo capacidad para producir 94 millones de unidades, pero sólo se venden 60 millones. En fibra óptica la inversión ya realizada podría enfrentar el crecimiento de la demanda por décadas.

En ningún país del mundo se deja caer la disciplina del mercado sobre esta capacidad excedente, ¿por qué? Por la sencilla razón de que eso revelaría el fracaso del capitalismo mundial para mantener un mínimo de seguridad en la generación de ingreso para las grandes masas de la población.

La crisis global que hoy marca con un signo de tragedia la vida de millones de personas no sólo es una crisis de un sector o de un nicho de mercado. No es sólo la crisis de la avaricia y la ambición desmedida. Es todo eso y algo más. Es la mutación patógena de un modelo económico que se nutre de desigualdad y desperdicio.

Cuando se toma conciencia de todo lo anterior se comprende la necesidad de denunciar la retórica sobre la ‘recuperación’. La crisis es el estado normal del capital. Urge preparar la transición hacia un efectivo control social sobre la inversión para alejarla del principio de la rentabilidad capitalista.

Alejandro Nadal
La Jornada

martes, 5 de junio de 2012

La geografía de la protesta

Cuando son buenos los tiempos, y la economía-mundo se expande en términos de nueva plusvalía producida, la lucha de clases se acalla. Nunca desaparece, pero en tanto exista un bajo nivel de desempleo y los ingresos reales de los estratos más bajos suban, aunque sólo sea en pequeñas cantidades, los arreglos sociales son la orden del día.

Pero cuando se estanca la economía-mundo y el desempleo real se expande considerablemente, esto significa que el pastel total se encoge. La cuestión entonces resulta ser quién cargará el peso del encogimiento –dentro de cada país y entre países. La lucha de clases se torna aguda y tarde o temprano conduce a un conflicto abierto en las calles. Esto es lo que ha estado ocurriendo en el sistema-mundo desde la década de 1970 y del modo más dramático desde 2007. Hasta ahora, el estrato más alto (el uno por ciento) se ha aferrado a su tajada, de hecho la ha incrementado. Esto necesariamente significa que la tajada del 99 por ciento se ha encogido.

La lucha por las asignaciones gira primordialmente en torno a dos aspectos del presupuesto global: los impuestos (cuánto y para quiénes) y la red de seguridad para el resto de la población (gastos en educación, salud, y garantías para un ingreso de por vida). No hay país en el mundo donde esta lucha no esté ocurriendo. Pero estalla en algunos países con más violencia que en otros –debido a su localización en la economía-mundo, a su demografía interna, y debido a su historia política.

Una aguda lucha de clases hace surgir, para todos, la pregunta de cómo manejarla políticamente. Los grupos en el poder pueden reprimir duramente los disturbios populares, y muchos lo hacen. O, si los disturbios son muy fuertes para los mecanismos represivos, pueden intentar cooptar a los manifestantes fingiendo unirse a ellos y así limitar el cambio real. O hacen ambas cosas: intentan primero la represión y si ésta falla, cooptan a la gente.

Los manifestantes también enfrentan un dilema. Comienzan siempre con un grupo valeroso relativamente pequeño. Necesitan persuadir a un grupo más grande (que es mucho más tímido políticamente) que se les una, si es que han de impresionar a los grupos que detentan el poder. Esto no es fácil pero puede ocurrir. Sucedió en Egipto en la plaza Tahrir en 2011. Ocurrió con el movimiento Occupy en Estados Unidos y Canadá, Ocurrió en Grecia en las últimas elecciones. Ocurrió en Chile en las huelgas estudiantiles que han perdurado. Y en este momento parece ocurrir de un modo espectacular en Quebec.

Pero cuando ocurre, ¿entonces qué? Hay algunos manifestantes que desean expandir sus estrechas demandas iniciales hacia demandas fundamentales de mayor amplitud y deconstruir el orden social. Y hay otros, siempre hay otros, que están listos para sentarse con los grupos en el poder para negociar algún arreglo.

Cuando los grupos en el poder reprimen, con mucha frecuencia avivan las flamas de la protesta. Pero muchas veces la represión funciona. Cuando no funciona y los grupos en el poder hacen arreglos y cooptan, a veces son capaces de neutralizar políticamente a los manifestantes. Esto es lo que parece haber ocurrido en Egipto. Las recientes elecciones conducen a una segunda ronda entre dos candidatos, ninguno de los cuales apoyó la revolución de la plaza Tahrir –uno es el último primer ministro del depuesto presidente Hosni Mubarak, y el otro es un líder de la Hermandad Musulmana cuyo objetivo primordial es instituir la sharia en la ley egipcia y no implementar las demandas de aquéllos que estuvieron en la plaza Tahrir. El resultado es una cruel opción para el aproximado 50 por ciento que no votó en la primera ronda por ninguno de los dos que contaron con la mayor pluralidad de votos. Esta desafortunada situación, resultó de que los votantes pro plaza Tahrir dividieron sus votos entre dos candidatos con antecedentes algo diferentes.

¿Qué habremos de pensar de todo esto? Parece existir una geografía de la protesta que cambia rápida y constantemente. Salta aquí y luego es reprimida, cooptada, o se agota. Y tan pronto como esto ocurre, salta en otra parte, donde de nuevo se le reprime, se le coopta o se agota. Y luego salta en un tercer lugar, como si por todo el mundo fuera irreprimible.

Es irreprimible por una simple razón. El apretón a los ingresos mundiales es real, y no parece que vaya a desaparecer. La crisis estructural de la economía-mundo capitalista hace inoperantes las soluciones convencionales a las caídas económicas, no importa qué tanto nuestros expertos y políticos nos aseguren que hay un nuevo periodo de prosperidad asomándose en el horizonte.

Vivimos en una situación mundial caótica. Las fluctuaciones en todo son vastas y rápidas. Esto se aplica también a la protesta social. Esto es lo que miramos conforme la geografía de la protesta se altera constantemente. Ayer fue la plaza Tahrir en El Cairo, las marchas masivas desautorizadas con sartenes y cacerolas en Montreal hoy, y en alguna otra parte (probablemente sorpresiva) mañana.

Immanuel Wallerstein
La Jornada

lunes, 4 de junio de 2012

De Río más 20 debe surgir agenda que garantice la sustentabilidad

La economía verde es uno de los temas centrales que se abordarán en la próxima conferencia internacional Río más 20, a dos décadas de la Cumbre de la Tierra, que se celebrará entre el 20 y 22 de este mes en Río de Janeiro. Para organizaciones ambientalistas el impulso a esta economía, que entre otras cosas incluye el pago por servicios ambientales y el mercado de carbono, no es la solución para la conservación ambiental.

Se prevé la asistencia a este encuentro de líderes mundiales, representantes gubernamentales, empresas privadas, organizaciones no gubernamentales, movimientos sociales y otros grupos de la sociedad civil, mismos que esperan que de allí surja una agenda global que garantice la sostenibilidad ambiental y también la reducción de la pobreza.

La iniciativa de la economía verde, que se propone como una alternativa ante la actual crisis económica, es impulsada por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Promete un escenario donde ambas partes ganan, porque se enfrentaría la crisis financiera-económica y climática con el redireccionamiento de las inversiones hacia el capital natural, además de invertir en nuevas tecnologías supuestamente limpias como el uso de la biomasa, y el mercado de carbono, señala el Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales.

Destaca que en esa perspectiva los servicios ambientales y su comercialización son un verdadero pilar de la economía verde. Los defensores de la idea del comercio de servicios ambientales afirman que es una excelente alternativa para los pueblos del bosque porque los preservaría.

Sin embargo, este comercio de servicios ambientales no pretende modificar el modelo actual de producción y consumo, que está en la base de la crisis ambiental, incluso de la destrucción gradual de los bosques del mundo, y beneficia a una minoría de la humanidad. Busca, asimismo, la mercantilización de la naturaleza por la vía del comercio de servicios ambientales.

Entre otras cosas, detalla la organización, exige un control del territorio, una privatización, para que el dueño e incluso el comprador del servicio pueda controlar lo que se comercializa, con la garantía de que el servicio ambiental sea entregado según estipula el contrato; el servicio ambiental de bosques más comercializado hasta el momento es el carbono y tiende a ser un estímulo para la expansión de las plantaciones de monocultivos de árboles.

En una declaración de alerta a la sociedad civil rumbo a esta conferencia, Amigos de la Tierra Internacional y otras agrupaciones advierten que las instituciones e iniciativas de la ONU, como el Pacto Mundial, permiten cada vez más influencia de las empresas privadas en Naciones Unidas. “El lobby de los grupos empresariales en el seno de Naciones Unidas ha conseguido impedir la implementación de soluciones efectivas al cambio climático, la producción de alimentos, la pobreza, el agua o la deforestación.”

Las ONG exhortaron a los gobiernos a adoptar un régimen regulatorio sólido para las grandes empresas, que las obligue a presentar informes y a someterse a mecanismos de rendición de cuentas.

Angélica Enciso L.
La Jornada